¿Y si gravamos los beneficios de las empresas petroleras para financiar la transición energética?
La humanidad se enfrenta a un punto de inflexión, a pesar de que amplios sectores de la clase dominante siguen negándolo.
Es necesario avanzar en la transición y dejar de acumular activos que aumentan el riesgo financiero tradicional (o transitorio), al mismo tiempo que aumenta el riesgo de desbordamiento asociado al escaso peso que tenemos en el mercado energético mundial.
Ciertamente no quedan suficientes divisas para dilapidar los ingresos, ni recursos fiscales para generar ingresos. La transición energética requiere de financiamiento, y en ese sentido hay varios instrumentos que se podrían utilizar, es decir, herramientas que están en poder del soberano para autofinanciar la transición. Uno de ellos es el impuesto a las ganancias extraordinarias.
En este marco, cabe destacar una serie de declaraciones de distintos líderes políticos que permiten vislumbrar el futuro de la transición, además de los discursos que surgen en relación a la emergencia climática.
El discurso del secretario general de las Naciones Unidas, António Guterres, en la sesión plenaria 77, destacó la «grotesca avaricia» de las compañías petroleras a costa de los más pobres del mundo «mientras destruyen nuestro único hogar».
Si la Guerra de Ucrania permitió el crecimiento de sus activos, la necesidad de profundizar la transición exige la imposición de un impuesto extraordinario.
La persistencia del conflicto bélico, al final, desencadenó una crisis energética y alimentaria.
A raíz de la subida de precios, el gobierno alemán de Olaf Scholz decidió imponer un impuesto extraordinario a los generadores de electricidad (no alimentados con gas) para evitar que acumularan beneficios extraordinarios desvinculados de sus costes de producción.
Una actitud similar adoptó en España Pedro Sánchez, que impuso un impuesto extraordinario a las empresas energéticas.
Otra parece ser la actitud adoptada por la nueva primera ministra de Gran Bretaña, Liz Truss, quien promete volver a las políticas de reducción de impuestos propugnadas por el neoliberalismo en los años 90, desafío con aumentos de tarifas que asfixiaron a la mayoría de los hogares británicos.
Truss se presenta como un agente de cambio, a pesar de que sus decisiones políticas no son más que dogmatismos neoliberales: más desregulación, menos Estado y una esperanza de desborde que se repite desde los años 80, sin otro éxito que el aumento de la desigualdad.
No hay relación entre una reducción de impuestos y el desarrollo económico. En un contexto de emergencia climática, se necesita más inversión tanto en mitigación como en adaptación. Todo gobierno debería priorizarlo.
Más preocupante, sin embargo, es su escepticismo climático, que retrasaría drásticamente la transición. Esto explica la reciente decisión del gobierno de revertir la prohibición del fracking, incluso si cualquier alternativa limpia es más rentable, a pesar de los altos costos que actualmente afecta al sector.
Cabe mencionar que, en el primer trimestre, el superávit también llegó a empresas que operan en la región con fuertes utilidades. Los ingresos extraordinarios beneficiaron a Ecopetrol, Petrobras, Pemex e YPF, aunque solo esta última incrementó su producción en el período.
De hecho, los resultados están impulsando nuevas inversiones y alentando a los gobiernos a avanzar con nuevas infraestructuras.
El presidente Alberto Fernández de Argentina, por ejemplo, le dijo a un grupo de empresarios petroleros en Houston sobre el interés del gobierno argentino en nuevas inversiones en Vaca Muerta.
Y, como ha sido el caso desde la década de 1990, les prometió garantías especiales, protección para sus inversiones, garantía de libre disponibilidad de divisas y regímenes fiscales especiales.
Pero no hace falta echar la vista atrás para resaltar los problemas que genera el Tratado Energético para el soberano: el exceso de garantías que otorga este marco legal desafía cualquier política de transición.
Según Fernández, «tenemos abundancia no solo de petróleo, que se va a seguir usando unos años más, sino también de gas, y viendo lo que está pasando en la crisis entre Rusia y Ucrania, siento que la Argentina tiene una gran oportunidad.» .
A esto agregó que “la tenemos que construir juntos: el Estado y los empresarios”.
Un discurso de tono neodesarrollista que ignora la efímera del momento y los riesgos que implica la transición.
Por otro lado, afortunadamente, otras voces están surgiendo en la región.
El gobierno de Gustavo Petro en Colombia tiene como objetivo suspender la producción de petróleo y prohibir toda actividad de exploración, mientras que la legislatura ha iniciado un nuevo debate sobre la prohibición del fracking que cuenta con el apoyo de la ministra de Medio Ambiente, Susana Muhamad.
En tanto, el ministro de Hacienda y Crédito Público, José Antonio Ocampo, defendió ante el Congreso la sanción de un impuesto extraordinario al carbón y al petróleo.
En definitiva, todo un conjunto de iniciativas encaminadas a iniciar la transición.
Estas medidas propuestas por el nuevo gobierno colombiano exponen la obsolescencia de muchos de los discursos que aún se escuchan en América Latina.