Un pequeño de Gaulle llamado Marcelo
El presidente eligió la Fundación de Desarrollo Luso-Americana para anticipar una crisis en el derecho portugués. Añadió que el desequilibrio de poderes entre la izquierda y la derecha le preocupaba. Y terminó diciendo que corresponde al presidente (él mismo) corregir ese desequilibrio, lo que con él hasta será fácil ya que, como Marcelo no se olvidó de referir, el presidente "vino de la derecha".
A través de esta breve declaración Marcelo, que cuenta con el voto del electorado del PS, procura dificultar el surgimiento de una candidatura venida de la derecha contra sí. Lo hace recordando al elector de derecha que él no es de izquierda, a pesar de dar muy bien con ésta. Y lo hace también al advertir a la derecha que reprueba su primer mandato, del riesgo que es competir contra él. Con el electorado del PS garantizado y la derecha ordenada, Marcelo apunta a vencer en 2021 con un porcentaje superior al de Mário Soares en 1991 (Marcelo enfocará su atención en el porcentaje, pues que los tres millones y casi quinientos mil votos conseguidos por Soares ya son más difíciles de conseguir).
Hasta aquí la ambición de Marcelo es legítima, perfectamente natural e inocua. Sucede que no estamos en 1991. El actual primer ministro no gobierna (ni se espera que venga a gobernar) con mayoría absoluta en el Parlamento. La economía no está al nivel de 1991 cuando la deuda pública se situaba en el 55% del PIB. De la Unión Europea ya no viene sólo dinero, sino también amenazas, problemas y advertencias para que se tenga cuidado con las cuentas públicas. Es decir, mientras que en 1991 un presidente de la República extremadamente popular cortaba cintas y se paseaba por el país, en 2021 un presidente de la República electo con una votación aplastante, ante un Parlamento dividido y una derecha en fanáticos, no se queda por los afectos. Quiere más. Va a querer mucho más. Y Marcelo no lo esconde. En el caso de José Sócrates (como cualquier socialista de certeza se enorgulle) el inglés es una lengua extranjera que hasta los cabritos dominan.
Ya en 2017, en una crónica en la que advertí para cuidado que debemos tener con Marcelo, he señalado el peligro que constituyen un Gobierno y un Parlamento débiles ante un Presidente todopoderoso. El recorrido fue lineal: para dificultar el resurgimiento de la derecha primero fue preciso ridiculizar Pasos y culparlo de la incapacidad del PSD en aceptar lo que le sucedió en 2015. Alejado Pasos Conejo, y como con Río el PSD habita literalmente en la calle de la amargura, fue ahora el momento de dar el golpe final. Marcelo menciona el desequilibrio que pretende corregir, pero olvidó (con certeza con perfecta conciencia que lo hacía) el desequilibrio que su actuación provocará en el régimen. Es cierto que los poderes del presidente figuran en la Constitución. Pero tampoco es menos cierto que las Constituciones se interpretan, y por esa forma se modifican, se adaptan, como también se revisan cuando situaciones excepcionales así lo exigen. También es un poco de un triste fenómeno que no se debe escribir aquí, pero lo que sucede en una democracia reciente como el nuestro y que no han experimentado la verdadera crisis sistémica: Marcelo, y para Costa, Portugal es un patio en el que pone las ofertas libremente. También así era para Soares, pero a éste el crecimiento económico de los años 80 y 90 le limitó la intervención política. Ya contra Marcelo ni la economía nos vale. Reelegido en 2021, con la derecha en el bolsillo y el PS a depender de la extrema izquierda (y quién sabe del PAN) para gobernar, Marcelo Rebelo de Sousa se encontrará libre para actuar conforme le convenga. A través de los afectos, para dorar la píldora, pero conforme le convenga. Al encubrir la actuación de este gobierno, Marcelo no usó su influencia para que se fortaleciera la economía. Pero esto no significa que, ante una crisis económica, no utilice esa misma influencia para, evitando una crisis política, desvirtuar el régimen.
Un cambio del sistema político no tiene ningún mal si este cambio tiene efectos prácticos positivos. No soy un adepto incondicional del sistema semipresidencial que nos rige al punto de quererlo congelar aunque en detrimento de la vida de las personas. El problema es que ese cambio, a suceder, no nos traerá nada bueno. Marcelo es demasiado del sistema para ser una solución. Y en realidad, de él no vino todavía ninguna propuesta. Una idea; una visión que fuera. Nada. De modo que el cambio del sistema se reducirá a eso mismo: una mera y simple modificación de lo que tenemos. Sin efectos positivos en la vida del país y con el no deslegitimizar cualquier intento de estabilidad en el funcionamiento del Estado, el país corre el riesgo de depender de un hombre que no tiene nada que ofrecer.
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