tierra quemada en peru
Perú cristaliza la crisis de los sistemas políticos en América Latina. Los últimos cinco años han visto desfilar a cuatro presidentes. Algunos, como Manuel Merino, no duraron más de cuatro días. Otros tienen una legitimidad puramente tecnocrática, como el actual líder Francisco Sagati.
Mientras tanto, la política de partidos se ha vaciado y el Congreso ha sido invadido por todo tipo de aventureros, charlatanes y oportunistas. La tierra arrasada en la que se desenvuelve la política ha hecho prácticamente inevitable la aparición de candidatos con el perfil de Keiko Fujimori y Pedro Castillo.
Los factores que originaron la crisis peruana están presentes a distintos niveles en el resto de América Latina. El país nunca rompió con el estilo autoritario del fujimorismo, marcado por la violencia policial, la toma del Estado y la extracción salvaje de recursos naturales. La judicialización de la política destruyó el intento de reconstruir la clase política y motivó la resurrección de la extrema derecha.
Finalmente, la pandemia sumió a la sociedad en un estado permanente de desesperación. La revisión de la semana pasada del número de muertos, que colocó a Perú en la cima de las clasificaciones mundiales de mortalidad, resume el legado de los últimos cinco años.
El contexto de desagregación de instituciones regionales y de transición política en América Latina intensifica el conflicto interno. La OEA, bajo la dirección del farcista Luis Almagro, tiene la credibilidad de un tribunal iraquí de Saddam Hussein. El Mercosur, destrozado por el gobierno de Bolsonaro, no es más que una sombra de su pasado.
Lo que quedó de la autoridad moral de Estados Unidos, gravemente dañada en Perú tras el reconocimiento del autogolpe de Fujimori en 1992 por la presidencia de Bush, se evaporó con el avance de China en 2010. Actualmente en construcción, el complejo portuario de Chancay, un A cien kilómetros de Lima, será la puerta de entrada de China a América Latina y marcará el ingreso de Perú a una nueva era geopolítica.
En medio de tantos cambios, la estabilidad democrática se ha convertido en un tema secundario. Por tanto, a pesar del sorteo técnico de la noche del domingo (6), ya es posible distinguir algunas tendencias. Un gobierno en funcionamiento de Pedro Castillo, que carece de una base partidaria sostenible y de experiencia institucional, sería algo cercano a un milagro. Los votos de Keiko Fujimori de defender la constitución en la recta final de las elecciones hacen sonreír a quienes conocen su movimiento. Como líder del partido que ha tenido mayoría en el Congreso en los últimos años, ha hecho todo lo posible para degradar la situación política. Su brío autoritario permanece intacto.
La tierra quemada en Perú es una llamada de atención para América Latina y Brasil en particular. La resiliencia del fujimorismo, que seguirá siendo la fuerza política más organizada del país independientemente del resultado de las elecciones, muestra que el proyecto de poder de la extrema derecha en América Latina no perdió fuerza tras la derrota de Donald Trump.
Este hallazgo también sirve como una advertencia para aquellos que esperan pasar página rápidamente desde el bolsillo: la radicalización de la derecha es un proceso largo y potencialmente irreversible.
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