¿Quién regula las redes?
La decisión de Twitter y Facebook de prohibir a Donald Trump fue uno de los eventos internacionales más relevantes de las últimas semanas, junto con el ataque al Capitolio y el agravamiento de la pandemia Covid-19 en varios países, incluido Portugal. Es una decisión que plantea un dilema: ¿las redes sociales deben tener el poder de censurar a sus usuarios, si están en juego el orden público y la defensa de la democracia? O, por el contrario, ¿la censura nunca debería ser una opción y, sobre todo, no debería estar en manos de entidades privadas?
En primer lugar, es importante señalar que las redes sociales son plataformas distintas a los medios tradicionales, por lo que no deben estar sujetas al mismo marco legal y regulatorio.
Las redes sociales transmiten información producida por profesionales que, independientemente de las limitaciones, motivaciones y competencia de cada uno, están obligados a cumplir un conjunto de reglas deontológicas que tienen como objetivo asegurar la máxima exactitud, confiabilidad y veracidad de la información que se divulga. .
Los periodistas no son seres angelicales exentos de pecado, sino que existen para investigar, investigar, seleccionar, validar y confirmar información relevante para los ciudadanos, para que puedan tomar decisiones informadas en sus vidas. Cuando los periodistas hacen bien su trabajo, contribuyen a una mejor gobernanza en las entidades públicas y privadas, brindando un servicio esencial a sus comunidades. Es este hecho el que justifica la protección jurídica y el estatus que se les otorga en las sociedades democráticas (aunque nuestras autoridades a veces no lo entienden, como lo demuestra el hecho de que el Ministerio Público haya puesto a dos periodistas bajo vigilancia en un preocupante atentado contra libertad de prensa en Portugal).
Por todas estas razones, los periodistas tienen el deber de no reproducir declaraciones que saben que son falsas (a menos que hagan lo contradictorio), mensajes de odio o palabras que inciten a la violencia. Incluso diría que una parte importante de los tuits de Trump de los últimos años no deberían reproducirse sin la debida contradicción en un periódico que pretenda ser serio. De hecho, un periódico es un espacio con una línea editorial y reglas bien definidas, no una plaza pública donde todos tienen derecho a decir lo que piensan.
Sin embargo, no se puede decir lo mismo de las redes sociales, que juegan el papel de ágora en las sociedades modernas. En las redes sociales no existe una figura comparable a la del periodista, que confirma los hechos mediante un procedimiento verificable y los ubica en un contexto significativo. Por el contrario, las redes sociales ofrecen a todos la posibilidad de transmitir sus opiniones al mundo, aunque sean delirantes. Pero, ¿qué hacer cuando estas opiniones promueven el odio, la violencia, la apología del terrorismo o la desinformación en asuntos de vida o muerte, como la pandemia actual?
Creo que será inevitable que exista algún nivel de control, similar a lo que ocurre en el mundo físico. Si alguien hace una manifestación improvisada en la plaza pública, incitando a una turba a tomar las armas contra la autoridad legítima, es probable que sea arrestado y acusado de alterar el orden. Asimismo, quien profiera insultos y amenazas en un espacio público puede tener que responder por ello en los tribunales, si los demandados presentan una denuncia o si las declaraciones en cuestión constituyen delitos públicos.
La diferencia está, por supuesto, en que la plaza pública está bajo la responsabilidad del Estado, mientras que las redes sociales son plazas virtuales pertenecientes a partidos privados. Y, por tanto, ¿quién debería ser el policía que garantice el orden y el respeto a la legalidad? ¿Y quién debería decidir las sanciones que se impondrán a los infractores?
La respuesta me parece clara. El mantenimiento del orden público debe ser una prerrogativa del Estado, ya sean plazas públicas físicas o espacios virtuales. Las empresas tecnológicas deben velar por el cumplimiento de las normas de uso de sus plataformas, pero su tamaño e importancia para la vida en la sociedad justifican una mayor regulación que prevé, entre otras cosas, que los tribunales decidan si alguien debe ser baneado o no.
Necesitamos, por tanto, un marco legal adecuado a la realidad de las redes sociales, que proteja la libertad de expresión y que defina claramente las situaciones en las que puede ser limitada, asumiendo que tales limitaciones solo pueden darse en circunstancias extraordinarias. , dentro de las reglas del estado de derecho y sujeto a decisiones judiciales.