¿Quién nos salva de quien nos quiere salvar?
Hay un elemento en común entre los más variados textos que se han producido a propósito de la salvación del SNS, entre los cuales este texto de opinión de Joana Mortágua, "Sangría para el privado no es bueno para la salud"; o este texto de Pedro Filipe Soares, "Salvar el SNS"; o aún este planfleto, "En defensa del SNS, siempre", de Ana Catarina Mendes: es que ninguno de los textos, en ningún momento, habla del usuario.
La opción de no hablar de aquel que es el principal beneficiario de un sistema de salud es peculiar, pero es sólo el resultado del compás político que guía una determinada franja política. La prioridad no son los usuarios – de ahí su clamorosa ausencia -, sino el proyecto ideológico: el SNS como un fin en sí mismo, funcione bien o funcione mal.
Un transeúnte que no llame a estas querellas lo encontrará muy extraño. Un paciente aún más. Lo que el señor João y la dueña Virgen quieren son acceder a los mejores cuidados de salud, sean ricos o sean pobres, sea en un hospital público o privado, sin que tengan que esperar más de un año por una consulta de especialidad. Estos son los principios constitucionales de nuestro sistema de salud y son también preocupaciones, osaría decir, la gran mayoría de los portugueses. ¿Qué pasa si 2 millones y 500 mil portugués optar por tener un seguro de salud o ADSE, el gasto que se suma a la ya contribuir a la NHS, es porque algo no está siendo satisfecha.
A su vez, Joana, Pedro y Ana Catarina, entre otros, se refieren sobre todo a su proyecto político de la socialización de todo lo que está fuera del ámbito de competencia del Estado, incluida la salud de los portugueses. Por ventura no sabrán, o saben ignorando, pero en un número sustancial de países europeos, incluyendo Austria, Alemania, Luxemburgo, Suiza o Francia, entre muchos otros, la prestación de asistencia sanitaria no es un exclusivo del Estado, es, además, una amplia mayoría, un plan del sector social, sin ánimo de lucro, y del sector privado.
Esto significa que la prestación de servicios públicos de asistencia sanitaria no es un sector exclusivo del sector público, sino que también es responsabilidad del sector privado y social. En el caso de Francia o Suiza, por ejemplo, la hegemonía es incluso del sector privado y social, sirviendo la prestación pública sólo para cubrir fallas de mercado. ¿Qué habría llevado entonces a estos países a seguir por este camino de «aumentar la promiscuidad entre el SNS y los privados», para parafrasear a Joana Mortágua?
Intentamos esta idea insólita: servir al usuario y no proyectos ideológicos. ¿Y el sector privado y social sirven al usuario? Mirando los resultados de las PPP, la evidencia parece sugerir que sí. Al contrario de lo que otorga Pedro Filipe Soares, el Estado no "desvía 500 millones de Euros sólo para las Asociaciones Público-Privadas". El Estado ahorra varios millones al hacerlo, porque esa prestación de cuidados, en el marco del SNS, costaría unas decenas de millones de Euros más, como atestiguan estudios y auditorías del Tribunal de Cuentas, de la Unidad Técnica de Seguimiento de Proyectos del Ministerio de las Finanzas, de la Entidad Reguladora de la Salud o de la propia Administración Central del Sistema de Salud, a través de su plataforma de benchmarking del SNS, aunque no figuren en la agenda ideológica que ve en el sector privado el origen de todos los males, incluyendo los patológicos. Y los privados logran hacerlo no porque sean mejores gestores, sino porque no están sujetos a la entropía del sector público, que transforma todos los procesos de negocio, por simple que sean, en experiencias kafkianas de gestión.
¿Llegados aquí, de qué forma es que la nueva Ley de Bases de la Salud viene a aclarar todo esto? Permítanme dar cuenta de que mi opinión -y también mi prerrogativa- es la de alguien que no es jurista. No ser jurista tiene dos ventajas: la primera es la de no ser jurista; la segunda es la de ver la ley de una forma muy pragmática (en la tradición anglosajona), como un conjunto de reglas que regula las relaciones entre individuos e instituciones. ¿Y qué resuelve esta nueva Ley de Bases de la Salud? Nada. No existe ningún marco jurídico-legal que no pueda efectuarse con la Ley de Bases que está en vigencia, o al menos que no requiera una reforma constitucional. Se le queda así el papel de manifiesto político. Y como manifiesto viene a reciclar ideologías anticuadas, que hacen una desentraña extemporánea del sector público y del sector privado, como si ambos no estuvieran aquí para servir un propósito común: el de tratar a los pacientes. Es la salud al servicio de la ideología, además de caduca.