pobres portugués loco
Cuando salió del ascensor dejó un perfume que entonteció a los sitiados. Orquídeas? Jasmine? Flores blancas de las que crecen en Asia por todas partes. Los sitiados, que iban para pisos diferentes del hotel, se quedaron en silencio a aspirar el olor del dinero. Todo, en aquella mujer, olía a dinero. La ropa de marca, la joya discreta, el pelo negro lacado, los zapatos de barniz y tacón alto, mil euros diseñados por aquel señor con nombre francés que tiene casa en la costa alentejana. Y esto, sabiendo que al anochecer la lluvia caería con violencia, inundando las calles y escurriendo en las declives y goteas con el ruido de una catarata. Aquellos zapatos nunca salían a la calle, eran zapatos de conductor y coche de lujo, de puertas abiertas al paso por gente fardada. Por siervos. Aquellos zapatos pertenecían a una mujer china rica. Podía ser de Shanghai, Beijing, Singapur o Hong Kong, podía ser de Bangkok, era sin duda de ascendencia china. Según las sabias palabras del gran viajero árabe Ibn Batuta, el marroquí nacido en Tánger en 1304, en ninguna parte del mundo se encuentra gente más rica que los chinos.
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