Ortega deja languidecer a exaliados en cárcel de Nicaragua
En la década de 1970, cuando Nicaragua también estaba bajo una dictadura, un comando guerrillero secuestró a algunos altos funcionarios del régimen que estaban en una fiesta en la embajada de Estados Unidos en Managua. Después de días de negociación, los rehenes fueron liberados con la condición de que liberaran a 14 presos políticos que estaban detenidos ilegalmente.
Quien comandó este levantamiento fue el ex general Hugo Torres, y uno de los presos políticos liberados en este operativo fue el entonces guerrillero Daniel Ortega.
Este sábado, la dictadura, ahora en manos de Ortega, dejó morir a Hugo Torres, su ex aliado y responsable de su libertad, tras sufrir torturas como preso político en la cárcel El Chipote, donde se encuentran recluidos por última vez los 47 presos políticos del actual régimen. año, antes de las elecciones de fachada que dieron un nuevo mandato al dictador y a su esposa y vicepresidenta, Rosario Murillo.
Torres tenía 73 años. Durante mucho tiempo después del hecho descrito anteriormente, había sido socio político de Ortega, siendo viceministro del Interior y jefe de las Fuerzas Armadas. Las diferencias surgieron en la década de 1990, cuando Torres comenzó a discrepar con los métodos de Ortega y con la dirección autoritaria y dogmática que venía tomando el sandinismo.
Luego se unió a otros disidentes, como el actual escritor Sergio Ramírez y Dora María Téllez, en el Movimiento Renovador Sandinista. Para Ortega, estos antiguos aliados ahora son vistos como traidores, y aquellos que no están presos se han exiliado o son perseguidos sin descanso por el régimen.
Los familiares de Torres quieren saber qué pasó, pues el exgeneral, que ni siquiera había sido juzgado, había ingresado sano al penal. En visitas recientes, a sus familiares se les impidió verlo. Testigos dentro de la prisión dicen que tenía heridas en las piernas y la espalda a causa de la tortura, y que su salud se estaba deteriorando.
Varias organizaciones de derechos humanos ya habían llamado la atención sobre las condiciones insalubres en la prisión de El Chipote. Y también a la irregularidad de los juicios, también de fachada, que allí se han venido desarrollando.
Lo que no puede creer una generación de militantes, activistas y políticos que lucharon contra la dictadura de Somoza es que Ortega ha puesto el foco en sus antiguos aliados. En un primer paso, arrestarlos. Ahora, al parecer, dejándolos marchitarse y morir bajo custodia estatal.
Poco antes de ser llevado a prisión, Torres grabó un video y lo compartió en sus redes sociales: «Hace 46 años arriesgué mi vida para sacar de prisión a Daniel Ortega y otros compañeros. Principios, hoy lo traicionan». Y agregó: «A los seguidores más sensatos de lo que fue el sandinismo, mi mensaje es que abran los ojos, porque nos están llevando al abismo».
También piden noticias de un ser querido preso en El Chipote los familiares de Dora María Téllez, de 66 años, otra veterana de la lucha contra Somoza y considerada la guerrillera sandinista más importante de su tiempo. Sus abogados pudieron verla una vez e informaron haber visto marcas contundentes de tortura.
Dora había sido inmortalizada por el premio Nobel Gabriel García Márquez en la crónica «Asalto al Palacio». El escritor colombiano la describió como «una mujer muy hermosa, tímida y ensimismada, con una inteligencia y un buen juicio que le servirán para cualquier cosa grande en la vida».
Conocida como la «comandante número 2», lideró el asalto al Palacio Nacional de Nicaragua en 1978, uno de los episodios clave de la Revolución Sandinista (1979).
Dora está ahora condenada a 15 años de prisión por «traición a la patria» y «conspiración», por haber abandonado también a Ortega y afiliarse al MRS. Detenida inicialmente en junio del año pasado, tras la sentencia se encuentra incomunicada e impedida de recibir visitas.
A diferencia de los siete candidatos que pensaron en postularse contra Ortega el año pasado, Dora ni siquiera pensó en volver a la política y no se postulaba para ningún cargo público. Su condena, en estas condiciones, sólo se justifica incluso como un puro deseo de venganza.
Hasta dónde podrá llevar este ímpetu vengativo, parece ser la macabra saga que ya estamos presenciando.
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