Lo mejor es disolver el pueblo y elegir otro.
Disolver el pueblo y elegir otro? La pregunta cierra un poema sintomáticamente titulado "La solución" escrito por Bertolt Brecht en el ocaso de su vida, cuando la revuelta de los trabajadores alemanes contra el "gobierno de los trabajadores" en 1953, en Alemania del Este, y la brutal represión que siguió, lo dejó desgarrado y confuso. Es natural que, en los días que corren, muchos también andan desgarrados y confusos, pero la sugerencia de Brecht no era para tomarse en serio – incluso porque estaba dirigida al dicho "gobierno de los trabajadores".
En días complejos e imprevisibles la prudencia recomienda antes la humildad, la inteligencia nos obliga a huir de las ideas hechas y el mínimo de sensatez nos lleva a desconfiar de respuestas simples o de visiones conspirativas. Por lo que, aun no siendo yo de aquellos que piensan que el pueblo nunca se equivoca, sigo pensando que residiendo la soberanía en el pueblo tenemos que respetar su voluntad. Y que si ésta es esdrújula, entonces tenemos que tratar de comprender cómo se llegó a ese punto y después, cómo se invierte esa situación.
Naturalmente, todo esto se vuelve más difícil cuando explican todos los males del mundo como si éstos fueran fruto de maquilladas ocultas ("Hay una conspiración de extrema derecha a nivel internacional, muy bien pensada, bien planeada y que viene siendo ejecutada paso a paso ") Y se cree que se puede desafiar la naturaleza de las cosas, como si la ley de la gravedad no se aplicara de igual forma al algodón y al plomo (" Facebook y el WhatsApp les sirven todo de bandeja y les llevan a las ovejas a las mesas de voto, como corderos dóciles al matadero ").
En el caso de que se trate de una de las más importantes de la historia de la humanidad, el Papa Benedicto XVI ha recordado que el Papa Benedicto XVI, la arena en ver de intentar percibir y, sobre todo, de reconocer que algunas de las claves de lectura que antes ayudaban a percibir el mundo tienen hoy menos validez. O no tienen ninguna validez.
¿Vale la pena explicar que Steve Bannon (el estratega de la campaña de Trump) no tuvo nada que ver con la campaña de Bolsonaro? Valdrá la pena recordar que las redes sociales comenzaron por ser óptimas cuando ayudaron a elegir a Obama cuando alimentaron la campaña de Bernie Sanders o cuando desencadenaron la "primavera árabe", y sólo pasaron a ser el diablo después de haber sido utilizadas por Trump y ahora por Bolsonaro? Creo que no, que sería llover en el mojado, y por eso no voy a perder tiempo por aquí. Voy a lo fundamental.
Y lo fundamental por hoy es el corte entre aquellos que se veían como las élites capaces de iluminar al pueblo y al pueblo propiamente dicho. Fue para ese corte que João Miguel Tavares alertó en el artículo que tanto irritó a MST, como fue sobre ese corte que también reflejó de forma muy ponderada Helena Garrido.
Sousa Tavares recurre a una película, por lo demás magnífica, "Los Despojos del Día", para ilustrar su tesis sobre el papel de las élites. El ejemplo es infeliz – se trata de una defensa del poder de la aristocracia por contrapunto al poder del pueblo ignaro – y la citación aún más infeliz es, pues en la película el aristócrata no sólo hace una pregunta al mayordomo (protagonizado por Anthony Hopkins), pero sí tres, y ninguna de ellas es, como pretende MST, sobre inflación (hay una que está sobre el patrón-oro). En fin, detalles, que sólo cito para que no quedo fuera del contexto la frase con que remata el texto, y que remite a la incapacidad del mayordomo de responder a la pregunta que le era hecha: "Sólo falta querer retirar el derecho de voto a aquellos, como yo, que saben lo que es la inflación pero no frecuentan redes sociales ".
Partamos del principio que MST también sabe lo que es fue el patrón oro y pasamos a la segunda parte, al orgullo de no frecuentar las redes sociales. Al asco de siquiera abordar el tema. Al orgullo de proclamar que nunca allí se fue.
De nuevo huido al tema de fondo: este artículo no es sobre redes sociales. Es sobre no querer entender, es sobre no querer salir de sus certezas cómodas, es sobre no querer ni siquiera escuchar. Y por eso es tan significativo que hay alguien que cree que puede hacerse oír ignorando una de las principales ágoras de la actualidad, precisamente las redes sociales. Peor: alguien que no quiere saber lo que allí se dice, lo que se comenta, lo que pasa en esos lugares que son parte de lo que es el espacio público de nuestros días. Es un caso para preguntar si MST sabe lo que es el WhatsApp y si ya percibió por qué el jefe de gabinete de Azeredo Lopes usó esta red social para llamarle a dar cuenta de la combinación para la devolución de las armas de Tancos. Y si ya ha notado que estamos hablando precisamente de la misma aplicación que en Brasil fue tan utilizada por los adeptos de Bolsonaro.
Afortunadamente la mayoría de los periodistas sabe que tienen que estar donde están las personas, y por eso no ignoran las redes sociales. Más difícil es, muchas veces, salir de su capullo de ideas hechas, de su círculo de amistades en que todos dicen lo mismo y piensan lo mismo, o simplemente tener capacidad para percibir que hay un mundo diferente del suyo y de los grupos de presión que, tienen acceso privilegiado a las redacciones.
Lo que llamamos populismos tiene muchos orígenes pero por regla general un punto común: una revuelta contra las élites en el poder. Elites políticas, las más visibles. Elites económicos, las que más fácilmente se les gusta atacar. Pero también elites comunicacionales. Y si muchos líderes populistas buscan presentarse como hablando "en nombre del pueblo", sea lo que sea, la verdad es que explotaron su oportunidad, ocupándose por regla de temas ignorados o subvalorizados por esas mismas élites. Las políticas, pero también las mediáticas.
Cuando hoy constatamos que muchas personas tienen como primera puerta de acceso a la información las redes sociales-cuando no es la única puerta de acceso-, cuando verificamos que eso sucede más entre los más jóvenes, cuando vemos el espacio mediático a pulverizarse, los periódicos a desaparecer, canales de televisión a perder audiencia, no podemos poner todas las culpas en las nuevas tecnologías y en nuevos hábitos de consumo de información. La verdad es más dura – y la verdad es que el periodismo corriente principal también ha sido uno de los derrotados en muchas de las elecciones y referendos de los últimos años y pocos estarán dispuestos a admitir que también sus estrellas mediáticas se cerraron en torres de marfil con poco o ningún contacto con los problemas de las personas comunes cuando no viven centradas en agendas particulares o en activismos de traer en la solapa. Pero esa es una dura realidad.
Portugal, un pequeño país de muchas maneras, difícilmente compatible con la diferencia – y el periodismo no es una excepción a esta regla. En el caso de la elección brasileña lo que había de hacer era todo lo que fuera posible para denunciar, ridiculizar, acorralar, si posible derrotar al candidato "fascista" Jair Bolsonaro, en una cacafonía de que estaba prohibido salir. Peor: fuera de este cuadro todo lo que fuera a procurar percibir lo que había conducido a Brasil a la elección entre dos males mayores no importaba – era colaboracionismo. Y fue con esta narración en el subconsciente que se hizo la mayor parte de la cobertura de la campaña en la mayoría de los órganos de información, con raras y honrosas excepciones. Los prevaricadores fueron llevados al pelourinho de los hacedores de la opinión dominante, y naturalmente que trataron de allí colocar al Observador. Los lectores hicieron lo contrario: en octubre el Observador tuvo el mejor mes de siempre en número de lectores y número de sesiones.
Por otra parte, acaba de hacer una pregunta: ¿cuántos periodistas han tratado de hablar con los brasileños que viven en Portugal y que, en su inmensa mayoría (aproximadamente dos tercios), votado por Bolsonaro? ¿Alguna vez han experimentado preguntarles lo que creyeron de mucho del trabajo de nuestras televisiones? Le aseguro que sería instructivo.
Lo que me hace regresar al punto de partida. Si no desea disolver el pueblo, tengo que entenderlo. Tengo que frecuentar los mismos lugares que él frecuenta – físicos y virtuales. Es que nada tendré que decir de útil si no entiende por qué algunos votantes votan contra lo que pienso que son sus mejores intereses. Los de ellos y los de la democracia.