Las corridas de toros: una ética bestial?





G. Chesterton decía que no es verdad que en este tiempo no haya valores, pero parecen haber enloquecido. En efecto, se mata violentamente e impunemente a un nocivo, oa un enfermo terminal, pero después se hacen campañas para la adopción de animales domésticos, para la recogida de alimentos y hasta mantas para perros vagabundos y se protesta contra la falta de condiciones de los canis municipales, a la que se prohíbe el sacrificio de animales porque – ironía del destino! – parece que los mataderos deben ser sólo para los seres humanos!





Si la cuestión de la defensa de la vida, en su inicio y término natural, es una cuestión de honor y un principio irrenunciable, al menos para cualquier humanista que se precie, así como para cualquier cristiano digno de ese nombre – no lo sería si fuese favorable a la la eufemística "interrupción voluntaria del embarazo", o al inverosímil "derecho a una muerte digna" – es, por el contrario, discutible el modo como la sociedad debe encarar la vida animal.

No es aceptable, no sólo por cuestiones de la más elemental ciencia jurídica, sino también por razones de sentido común, equiparar a los animales irracionales, oa las plantas, a los seres humanos, ni a concederles personalidad jurídica: la ausencia de inteligencia y voluntad impide que estos seres vivos puedan ser titulares de derechos, del mismo modo que se oponen a que queden adscritos al cumplimiento de cualquier obligación: sólo la locura y la prepotencia de un Calígula explica que un caballo puede haber sido senador en Roma.

Como seres sensibles, tales como la ley portuguesa reconoce, pero no en la personalidad, los animales son susceptibles de protección legal, no sólo por su valor intrínseco, pero sobre todo, por su relación con los seres humanos. Para algunas personas, los animales que crean son su sustento y, por lo tanto, esenciales para su vida. También hay quienes los utilizan en su actividad profesional, o como medio de transporte y, también para éstos, es necesario que el ordenamiento jurídico garantice la protección de dichos instrumentos necesarios para el trabajo o los desplazamientos. También el valor estimado de un animal es susceptible de protección jurídica: si un invidente necesita un perro que el guie, o una persona tiene por única compañía un animal doméstico, es obvio que ese valor añadido de ese ser vivo debe ser jurídicamente relevante.

Es evidente, para cualquier persona que tenga un mínimo de sentido común, que la cuestión de la protección de los animales no se pone cuando está en peligro una vida humana. Cuando, hace algún tiempo, un niño cayó en la jaula de los simios y fue arrastrado por un orangután, afortunadamente sin daños para el menor, la única decisión acertada fue la entonces tomada por las autoridades de ese parque zoológico, que rápidamente ejecutaron el animal. El riesgo, para la vida del niño, era razón más que suficiente para su sacrificio.

Otra cuestión, ciertamente más discutible, es la utilización de animales en actividades lúdicas, como son los circos, o las corridas de toros. Hay quien entiende que no es aceptable su utilización en espectáculos circenses, porque las condiciones a que los mismos son sujetos no son las mejores. Pero, en ese caso, también sería de impedir los parques zoológicos – no están, también esos animales, en cautiverio ?! – así como los acuarios, oceanarios y hasta las reservas naturales que, a decir verdad, poco tienen de natural, en la medida en que los animales, aunque tienen más libertad de movimiento, también están confinados a un espacio limitado? Y, si la libertad de movimiento de los animales es esencial, ¿por qué permitir entonces la correa y el açaime en los perros? No es verdad que estos instrumentos son también inhibidores para el animal ?! De reconocer un "derecho" del animal irracional, sería necesario, en coherencia, abolir todo lo que, de algún modo, los seres humanos imponen, para su seguridad o comodidad, a los animales que tienen consigo.

Es de la esencia del Cristianismo el amor por la creación, obra de Dios, como recientemente recordó el Papa Francisco, con la encíclica Laudato Si. Desde siempre, los cristianos aman la naturaleza, espejo en el que admiran la omnipotencia y el amor de Dios. A pesar de que muchos de los primeros cristianos han sido pasto de las fieras, es propio de la doctrina católica entender que los animales son un bien, que es importante preservar. Son útiles para la alimentación de los seres humanos, como son prestables para el trabajo y como medio de transporte. También pueden ser una buena compañía, aunque nunca con ellos se pueda establecer una relación afectiva o amorosa, que ha de ser siempre interpersonal. Es responsabilidad de los poderes públicos preservar la naturaleza en su integridad, defendiendo a las razas en vías de extinción, imponiendo defesos en relación a la caza o pesca de ciertos animales y creando reservas, donde su existencia pueda estar amenazada y, por lo tanto, asegurada.





La cuestión que se plantea es, sin embargo, en relación a la licitud de ciertos espectáculos, como el circo o las corridas de toros. Hay quien entiende que el toro debe ser prohibido porque es cruel para el animal, que es expuesto a un sufrimiento innecesario. Con certeza que, para el toro, no son agradables las bandarillas que le son espetadas, ni las asas, ni mucho menos la muerte en plena plaza, aunque, si es instantánea, no sea más dolorosa que la que le es provocada en el matadero . Pero, para los caballos de carreras, son amenas las chacras recibidas hasta llegar a la meta? ¿No será también cruel el uso de las esporas? Y las cadenas y los azaes de los perros, no son también otras formas de tortura animal?

La verdad es que, por la vía del supuesto interés o bien del animal, sería prácticamente imposible establecer un código de conducta razonable. En todas las prácticas deportivas humanas hay un impacto negativo en la naturaleza: los atletas de cortacircuito, o practicantes de BTT, pueden destruir o obstruir el riel de algunas hormigas, los practicantes de paracaidismo, ala delta o aviación, interfieren con el vuelo de las aves, los surfistas y nadadores perturban el hábitat marino, etc., etc., etc. Pero también es verdad que los animales, entre sí, están en constante lucha y que su supervivencia no puede ser alcanzada sino por la muerte de sus agresores, o de aquellos que carecen para su alimentación. No se niegue, por tanto, a los hombres, al menos las mismas prerrogativas que se reconocen, naturalmente, a los 'otros' animales.

En el contexto de una ética personalista, la vida animal debe considerarse instrumental para el hombre, que es la cumbre de creación: la gente no existe para los animales, pero éstos existen, como por lo demás las plantas y el resto del mundo, hombre. Una ética cristiana es, por definición, antropocéntrica. Y es, por lo tanto, en esta perspectiva, que deben ser encaradas las diversas actividades lúdicas, como el circo o las corridas de toros.

No parece razonable que una persona ponga en cuestión su vida por una cuestión tan fútil como un espectáculo circense, o taurino. Si un ser humano muere en defensa de su fe, o de su patria, o de su familia, o de un inocente, es ciertamente heroico, pero no sería honroso la muerte que sucede por inexcusable temeridad. Ir a una velocidad excesiva, porque así lo exige la vida en peligro de un enfermo que se transporta, con urgencia, a un hospital, es loable; pero no lo sería si fuera sólo para ganar una carrera, poniendo en cuestión vidas humanas, empezando por la del propio. Introducir la cabeza en el hocico de un león, o de un cocodrilo, sólo para ganar un aplauso, no es razonable: no sería un acto de bravura, sino de supina estupidez. Si se trata de un toro significa poner, innecesariamente, en riesgo la propia vida, no es éticamente aceptable, por más divertido o emocionante que pueda ser el espectáculo.

Ninguna madre o padre perdonaría a su hijo o hija el inmenso disgusto de su pérdida, por la mera futilidad de cualquier deporte, o diversión. La vida humana inocente, desde la concepción hasta la muerte natural, es un imperativo moral absoluto y, ante esta exigencia irrenunciable, no tiene sentido recurrir a argumentos sobre los supuestos derechos, dignidad o sufrimiento animal. A no ser que, como manifiesta expresión de la locura de que ya se quejaba Chesterton, se quiera cambiar la moral humanista cristiana por una ética verdaderamente bestial.

Nacho Vega

Nacho Vega. Nací en Cuba pero resido en España desde muy pequeñito. Tras cursar estudios de Historia en la Universidad Complutense de Madrid, muy pronto me interesé por el periodismo y la información digital, campos a los que me he dedicado íntegramente durante los últimos 7 años. Encargado de información política y de sociedad. Colaborador habitual en cobertura de noticias internacionales y de sucesos de actualidad. Soy un apasionado incansable de la naturaleza y la cultura. Perfil en Facebookhttps://www.facebook.com/nacho.vega.nacho Email de contacto: nacho.vega@noticiasrtv.com

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