La xenofobia en Portugal es una ironía que roza el absurdo
Muchos portugueses no comprenden que sin inmigración su país está condenado a desaparecer. Ésta es la dura realidad que muchos, más por ignorancia que por convicción, prefieren ignorar.
Eduardo Lourenço, uno de los pensadores portugueses más destacados, dijo una vez que «la inmigración es la otra cara de nuestra expansión». Ahora… ha llegado el momento de pagar. Es una contracolonización en curso.
Portugal, conocida por su historia de navegantes, vive hoy una realidad opuesta, donde llegan «descubridores» de tierras extranjeras, llevando consigo no sólo sus maletas y sus sueños, sino también la renovación vital para la sostenibilidad de la nación portuguesa.
Los hechos importan. Los brasileños, junto con otros inmigrantes, han contribuido enormemente a la solidez de la Seguridad Social portuguesa. No es exagerado decir que se encuentran entre los pilares que sostienen el edificio económico del país. En cifras, estamos hablando de más de 1.600 millones de euros de beneficios directamente relacionados con las actividades de los extranjeros. Sin esta fuerza laboral, sectores vitales de la economía portuguesa simplemente colapsarían.
Pero otra realidad emerge en las experiencias cotidianas. Portugal, que está orgulloso de sus descubrimientos y de su historia de conexión con el mundo, ha demostrado un aumento alarmante de los casos de discriminación racial y xenofobia. De 2017 a 2022, los casos de xenofobia contra brasileños se dispararon un 833%. Por no hablar de los ataques racistas que preocupan a la comunidad africana que vive en el país.
Son dos caras de una misma moneda. Por un lado, tenemos una contribución palpable y creciente de los inmigrantes a la economía portuguesa, fortaleciendo el sistema de seguridad social y llenando vacíos en el mercado laboral. Por el otro, una ola de xenofobia y racismo que socava la integración social de estos mismos individuos que tanto aportan.
Esta es una ironía que raya en lo absurdo. El mismo Portugal que se enorgullece de su historia de descubrimientos no parece reconocer el valor de quienes, hoy, son pioneros en el camino opuesto, cruzando océanos en busca de una vida mejor.
A pesar de muchas diferencias, los brasileños, con su alegría contagiosa y su voluntad de trabajar, están ayudando a construir un Portugal más próspero, pero a cambio, enfrentan barreras invisibles de prejuicios y exclusión. Esto no es aceptable.
Portugal necesita entender que la inmigración, al ser una necesidad económica, es mucho más que eso. Es una oportunidad para enriquecer vuestra cultura, vuestra sociedad, vuestro espíritu y rejuvenecer vuestros hábitos y costumbres.
Puede incluso que la canciller portuguesa crea que los ataques contra los brasileños son «estadísticamente insignificantes», pero cada caso publicitado es un retrato del dolor que no deberían sufrir sus conciudadanos.
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