La vida de los refugiados en un país que es del tamaño del municipio de Vidigueira





Malta es el país europeo con mayor densidad de población y también uno de los que más refugiados acoge, dejando los malteses en el dilema entre ayudar al prójimo y los límites geográficos de una isla con poco más de 300 kilómetros cuadrados.
En este país de fe católica, el deber de ayudar al prójimo es un imperativo moral y son los propios malteses que les gusta ser reconocidos por ser acogedores. Pero la llegada de los nuevos habitantes, que crecen en número y alteran la demografía, despierta también el miedo a lo desconocido, que se vuelve tanto más fuerte cuanto que son los refugiados.





En este territorio con 316 kilómetros cuadrados, un área idéntica a la del municipio de Vidigueira (distrito de Beja) vivían el año pasado 460 mil habitantes, casi 100 veces más que los residentes en aquel municipio alentejano. En cada 1000 habitantes malteses, 19 son refugiados, poniendo Malta entre los principales países recetores a nivel mundial.

El camino que rodea el fuerte de San Elmo, una de las numerosas fortificaciones que rodean la antigua ciudad de los caballeros de la Orden de Malta, La Valetta, junta el fin de semana decenas de familias maltesas en una convivencia veranante con vistas al Mediterráneo.

El mismo mar a través del cual miles de personas provenientes del norte de África arriesgan una peligrosa travesía hacia Europa.
Algunos tienen éxito. Pero los malteses se quejan de que los que llegan a Malta son demasiados para un espacio tan pequeño y se resienten de la "falta de solidaridad" de los otros países europeos, más distantes de esta realidad.

Es lo que piensa Rita Grech, de 53 años, que se encuentra junto a su marido y otra pareja en esta zona balnearia apreciada por las familias, que allí se juntan con mesas, sillas desplegables y fogones, para relajarse y picar: "No tenemos más espacio , cada día casi tenemos más refugiados que malteses, todos tienen que acoger algunos, pero los otros países no quieren ", se indigna.

Las dos parejas son de Marsa, una localidad situada a unos tres kilómetros de la capital, La Valetta, donde se concentra una de las mayores comunidades de refugiados. Y donde las tensiones e incomprensiones mutuas que pautan la convivencia entre el país de acogida y los recién llegados se vuelven más nítidas.

Migrantes en las calles de Malta

Migrantes en las calles de Malta





MATTHEW MIRABELLI / GETTY IMAGES

Los cuatro malteses se muestran descontentos con las implicaciones de tener un "centro abierto" al pie de la casa. "Discutir, empaparse, no dejan dormir, esta mañana eran dos a luchar con cuchillos", cuenta Rita, añadiendo que las personas que están en el centro son esencialmente jóvenes de sexo masculino.

Familias muy pocas y, tal vez por lo que Rita, lamentamos que "no son familias" como la suya. "Debería ir a Marsa, es como si estuviera en África, es otro país", opina el marido, Reno Grech. La amiga, Mary Micallej, de 57 años refuerza: "nos sentimos enojados, el Gobierno apoya, da subsidios, tarjetas de teléfono, pero a pesar de eso causan problemas y son rudos".

Europa tiene que colaborar en la distribución de migrantes

Rita Grech reconoce, a pesar de todo, que "no todos" perturban a los vecinos. Lo peor, subraya, es "al domingo cuando se juntan en grandes grupos frente al centro". Otra mujer de 64 años, que prefiere no decir el nombre, apuntó el deber de ayuda: "Tenemos que ayudar, no es?", Pero añadió: "es una pequeña isla, no pueden quedarse".

"La geografía no puede justificar la responsabilidad, la carga debe ser distribuida", coincide Gervais Cishahayo. La Unión Europea debe apoyar a los países que están en la frontera de la inmigración, defiende el líder de la comunidad afro-maltesa, un emigrante de Burundi, que hizo sus estudios en Europa y después de trabajar en varios países europeos, está ahora radicado en Malta y es funcionario del Gobierno maltés.

"La realidad de Malta es bien conocida, no es un país como Italia, Francia o Alemania. La exiguidad física es una vergüenza real, y hay que percibir que éste no es un problema únicamente de Malta", señala, destacando que los propios migrantes se enfrentan a la isla como un lugar de paso.
Gervais Cishahayo reconoce que hay dificultades de integración, pero apunta también fallas a las organizaciones no gubernamentales (ONG).

"Las ONG que trabajan con migrantes y refugiados no tienen migrantes y refugiados en sus estructuras, es como tener un ministerio para la condición femenina y el ministro ser un hombre", critica, apelando a una implicación más directa de los migrantes en los proyectos que les son dirigida.

Cishahayo sabe que no siempre es fácil la convivencia. "Todavía es un fenómeno relativamente nuevo, los malteses no se habituaron hasta recientemente a acoger un gran flujo migratorio de africanos, es un aprendizaje para los malteses, para comprender a las personas que vienen y porque vienen", sugiere.
Pero los migrantes se enfrentan a desafíos en un nuevo país al que tienen que adaptarse rápidamente y sufrir la discriminación y el déficit social, recordó, afirmando que la aceptación mutua "es un proceso que tarda tiempo".

Los turistas no van a Marsa

Conocedor de los problemas de Marsa, admite que en las zonas existe una gran concentración de migrantes, es normal que "sean más sensibles a los efectos" del fenómeno de la emigración.
Marsa está justo al lado de la turística La Valetta, pero en las calles no se ven turistas.

El domingo, son decenas de jóvenes africanos que ocupan el centro de la pequeña localidad, donde no falta una iglesia. Se juntan en pequeños grupos, aprovechando las sombras en el jardín, pasean en la calle, conversan a la puerta de pequeñas tiendas.
También no hay malteses a la vista.

Es bajo la iglesia, donde Joe Zammit, de 64 años, explota un singular café, que se esconden algunos lugares. Joe es de Marsa y asume su insatisfacción: ",[os migrantes] "no son racistas, tengo amigos negros y sé que no son solo, sino que, por el contrario, no son racistas, tengo amigos negros y sé que no son sólo que causan disturbios porque recibimos personas de todos los lados. "Pero, añade," son más visibles a causa del color ".

"No estamos contentos", dice, resignado, uno de los amigos de Joe, sentado en la mesa de donde acaba de levantarse el alcalde.

Geras Cishahayo considera que "es necesario relativizar el fenómeno" e ir a la raíz del problema: "la inseguridad física, moral, política o económica" que obliga a las personas a abandonar sus países de origen ya pedir asilo en otros destinos.

El presidente de la Cámara, Francis Debono, tiene una visión optimista: "la mayoría intenta integrarse, sólo algunos causan problemas porque no están habituados a nuestro tipo de vida". El alcalde adelanta hasta que "la presión disminuyó", pues el centro, que estuvo en vías de ser encerrado y llegó a tener más de 1000 refugiados, actualmente alberga sólo cerca de 400.

"Los habitantes de Marsa, en su mayoría más viejos, tuvieron que adaptarse un cambio drástico", justifica Debono, adelantando que recibió quejas relacionadas "con las actitudes" y que algunos malteses sentían miedo a los nuevos vecinos. Sin embargo, "ahora está todo más tranquilo" y ya conviven con los migrantes africanos que se juntan el fin de semana en el centro y durante la semana, muy temprano, esperan por trabajo a la entrada de Marsa.

"Debate invoca los valores católicos para mostrar que los malteses son solidarios:" Malta es un país católico y ellos (los municipios) perciben que estas personas necesitan ayuda, hasta que solíamos recoger dinero junto a la iglesia para donativos ".
Pero las limitaciones físicas de la isla son insuperables.

"No tenemos tanto espacio, pero nuestra economía está creciendo y la verdad es que no tenemos tanta gente para trabajar y los migrantes hacen falta", subraya el alcalde de Marsa, asegurando que Malta continúa "abierta a todo el mundo" siempre que quien se cumpla las reglas maltesas, como todos los demás fuera de sus países.

Los malteses saben que el fenómeno de la emigración es complejo y evitan las perspectivas unilaterales. "Tenemos que ponernos en su lugar, no debe ser fácil", resume, con aire grave, el recetario de un hotel en La Valetta.

Nacho Vega

Nacho Vega. Nací en Cuba pero resido en España desde muy pequeñito. Tras cursar estudios de Historia en la Universidad Complutense de Madrid, muy pronto me interesé por el periodismo y la información digital, campos a los que me he dedicado íntegramente durante los últimos 7 años. Encargado de información política y de sociedad. Colaborador habitual en cobertura de noticias internacionales y de sucesos de actualidad. Soy un apasionado incansable de la naturaleza y la cultura. Perfil en Facebookhttps://www.facebook.com/nacho.vega.nacho Email de contacto: nacho.vega@noticiasrtv.com

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