La diosa ignorancia de los sabios
Entre las solemnidades del tiempo navideño, se cuenta la epifanía, que se celebra este domingo y que recuerda la adoración de Jesús por unos magos que, venidos de Oriente, fueron conducidos por una misteriosa estrella hasta Belén, donde encontraron a Jesús, María y José (Mt 2, 1-12).
Los magos son la expresión de la universalidad de la misión de Cristo, Rey de los Judíos, como ellos mismos lo reconocen y así le dicen a Herodes, que siente por ello en peligro su trono y toma la decisión de mandar matar a todos los recién nacidos en Belén (Mt 1, 16-18). Como astrónomos, son también los representantes de la ciencia, llamada a rendir homenaje al que es, como él mismo dirá de sí mismo, la verdad (Jn 14, 6).
Desde el principio, la fe cristiana no se sitúa al nivel de las narrativas esotéricas o mitológicas, como las otras religiones, sino que se presenta como aquello que es, es decir, como conocimiento, porque es una explicación cabal de la realidad. Por eso también, muchos de los primeros cristianos fueron condenados a muerte como ateos, porque no creían en la religión oficial del imperio, ni adoraban al emperador. La razón de su fe era, al final, la propia realidad: creían, no por superstición o tradición, sino porque sabían que aquello en que creían era verdad, o sea, la realidad.
El cristiano no es alguien que supone que Dios existe porque la religión le hace creer en esa existencia, pero alguien que sabe que Dios existe porque su razón no puede negar esa realidad. Por su parte, el agnóstico es, como por otra parte la etimología de la palabra lo dice, aquel que no sabe: el agnosticismo está para el conocimiento como la amoralidad está para la ética. En este sentido también, el creyente tiene, al final, la misma actitud del científico: ambos creen porque la evidencia de las cosas se impone a su entendimiento y no, como algunos piensan, porque la fuerza de sus convicciones los lleva a creer como reales los objetos de la materia su devoción o conocimiento, respectivamente.
El gran enemigo de la fe no es la ciencia, sino la ignorancia. La ciencia y la fe, aunque distintas y operando a diversos niveles, se complementan: si hay alguna contradicción, es porque lo que se dice ser de fe, no es tal; o bien lo que se dice ser científico, no lo es. No es big bang, por señal formulada por un sacerdote católico, Georges Lemaitre (1894-1966), que era astrónomo, cosmólogo y físico y, como tal, colega y amigo de Albert Einstein y de otros grandes científicos; ni el evolucionismo, cuya autoría se atribuye a Darwin, que cambió la medicina por la teología, con el propósito de llegar a ser clérigo anglicano; o cualquier otra verdad científica se opone, o contradice, la fe cristiana.
Más aún: las conclusiones más recientes y fiables de la investigación científica tienden a corroborar lo que, desde siempre, ha dicho la fe cristiana: la constatación científica del universo en expansión, por ejemplo, abona a favor de un instante deflagrador de esa energía cósmica, y eso es precisamente lo que, en términos teológicos, se designa por creación. Durante mucho tiempo se dijo que era impensable que todo el género humano procediera de una sola pareja, como afirma la Biblia, pero la genética moderna no desprecia esa posibilidad que, de ser científicamente probada, corroboraría lo que la fe cristiana desde siempre enseñó.
En dos mil años de Iglesia católica, ningún dogma fue alguna vez refutado, cuestionado o corregido por la ciencia, pero muchas tesis, tenidas por verdaderas por la comunidad científica, fueron más tarde desmentidas. En realidad, mientras la fe es un saber definitivo e infalible, el conocimiento científico es precario y falible, como el católico Galileo y, antes de él, Copérnico, que por cierto era un canón polaco, demostraron, probando que la suposición de que era el supuesto el sol que giraba alrededor de la tierra no correspondía a la realidad, al contrario de lo que era la convicción científica de la altura, que era también compartida por algunos eclesiásticos, pero que no era la fe de la Iglesia, que sobre cuestiones de esa naturaleza no tiene opinión.
Los magos eran sabios no sólo porque sabían muchas cosas, especialmente de astronomía, pero también porque sabían que no sabían muchas otras cosas, especialmente de religión. En general, los ignorantes creen que lo saben todo y sobre todo dan su opinión, mientras que los sabios, precisamente porque lo son, saben que, aunque saben algunas cosas, mucho más es lo que no saben y, por eso, sobre materias que no dominan, preguntan a quién sabe, cómo fue lo que hicieron los magos al llegar a Belén de Judá (Mt 2, 2).
Es confusión ver el atrevimiento de la ignorancia de algunas mentes que, sobre cualquier cuestión teológica, opinan con la máxima desfaçatez, como si fuera un tema de su conocimiento. Es la actitud típica de la cruda ignorancia: precisamente porque no saben que nada saben, se permiten hacer comentarios que, para cualquier creyente con un mínimo de instrucción, son absolutamente risibles.
Si un historiador es interrogado sobre la teoría de la relatividad, o un físico sobre la revolución francesa, lo más lógico y normal es que se abstengan de dar opinión, en la medida en que son materias de las que no son competentes por razón de su conocimiento científico. Sin embargo, cualquier energúmeno se considera idóneo para expresar su opinión sobre verdades de la fe católica. Se comenta en la prensa la virginidad de María, como se habla del estado del tiempo, o los últimos partidos del campeonato de fútbol. No es, ciertamente, por mal, sino porque su ignorancia es tal que ni siquiera saben lo que no saben y juzgan saber.
Estos improvisados comentaristas pseudoteológicos, cuyos pareceres son cocinados a presión en Bimby de la opinión pública, mucho tienen que aprender no sólo de los magos, sino también del Rey Herodes. Este tirano, a pesar de su furia asesina, procedió con sentido común sobre la cuestión que le habían propuesto los magos porque, reuniendo a todos los sumos sacerdotes y escribas del pueblo, les preguntó dónde debía nacer el Mesías "(Mt 2, 4).
Otros, tanto a su tiempo, los reyes cristianos: cuando tenían alguna duda médica, consultaban a los clínicos, pero si la cuestión era teológica, se dirigían a los teólogos. Ahora no, se pide al ciudadano común que se manifieste sobre los dogmas marianos, la infalibilidad pontificia, la eficacia de los sufragios por los difuntos, el canon de las escrituras, las indulgencias, el sacerdocio femenino, el celibato sacerdotal, la transmisión del pecado original, etcétera Y en el caso de que se trate de una persona.
El día de reyes es día de regalos, porque los magos dieron oro, incienso y mirra a Jesús recién nacido (Mt 2, 11). No pido tanto, sino que los políticos, periodistas, reporteros, etc., hagan el favor de no opinar sobre lo que manifiestamente no saben. Imagínese el dislate de una carta pastoral sobre la teoría de la relatividad; una homilía sobre el PIB, o el presupuesto general del Estado; clases de catequesis sobre mecánica de fluidos, o contabilidad general, etc.
Es curioso que los que se pasan la vida diciendo que el Estado portugués es secular, son los mismos que pierden ninguna oportunidad de entrometerse en los asuntos que son el fuero interno de la Iglesia! Rebel se debe a la televisión estatal envía mensaje de Navidad del Patriarca de Lisboa, que es también el presidente de la Conferencia Episcopal Portuguesa, a causa de Navidad, una fiesta religiosa cristiana, yo, por supuesto, más relevante escuchar el entrenador del Sporting o el secretario general de la CGTP … Un buen propósito de Año Nuevo: sean un poco más laicos y no pasen la vida a entrometerse en cuestiones que no son de su competencia.
Un autor norteamericano, a la que no faltaba sentido común ni sentido del humor, dijo una vez que, en el sermón de la montaña (Mt 51-12), bien podía constar una bendición más: Bienaventurados los que, no teniendo nada para ¡decir, no lo prueban con muchas palabras!