La amenaza nacionalista
A pesar de que, probablemente, nadie le vaya a contar o asumir frontalmente, uno de los temas que no dejará de pararse sobre el acto electoral de este fin de mes para el Parlamento Europeo será la cuestión de la amenaza nacionalista y del recrudecimiento de los nacionalismos.
El peligro nacionalista, de la exacerbación de los méritos nacionalistas, de la presumible superioridad de algunas naciones sobre las demás, fue consabidamente una de las características de la Europa de la posguerra Primera Guerra Mundial y, al mismo tiempo, una de las principales causas de ese conflicto que fue mundial por sus consecuencias, pero no dejó de ser exclusivamente europeo por sus causas y motivaciones.
El nacionalismo es, por definición, excluyente, segregacionista, divisionista y maniqueísta. Se asienta, invariablemente, en la dicotomía nosotros / ellos, nacional / extranjero.
Por un lado, los titulares o titulares de la plenitud de los derechos políticos y civiles, económicos, sociales y culturales constitucionalmente previstos; en el otro lado, aquellos a quienes sólo se reconoce una parte residual de esos mismos derechos, un poco a la semejanza o en la estela de lo que hacían los ciudadanos del imperio y era acogido por el propio derecho romano.
En términos modernos y contemporáneos, nuevas manifestaciones de las tesis nacionalistas han sido gradualmente reconstruidas y rehaces, y una gran parte de ellas, organizadas desde el punto de vista político e institucional, han elegido las elecciones al Parlamento Europeo para probar su fuerza, acogida ante los diversos electores europeos.
No deja de ser contradictorio y paradójico que esta prueba electoral se haga precisamente en las elecciones al Parlamento Europeo. En unas elecciones europeas a las que, en buen grado, no se encuentra un motivo suficientemente serio y válido para que las corrientes nacionalistas se presenten a sufragio-a no ser el deseo de participar en el juego para, aprovechándose de sus propias reglas, contribuir y todo hacer para destruir y deshacer el propio juego, es decir, para conducir a la Unión Europea hacia el camino del precipicio y hacia el camino de la autodestrucción. Maquiavélico, convengamos.
A pesar del juicio que podamos hacer sobre las propuestas nacionalistas, es indudable que en muchos de los todavía 28 Estados miembros de la Unión, las mismas estarán en la mesa entre los próximos días 23 y 26. La más reciente comprobación de esta realidad se ha dado hace dos días por el Tribunal Supremo español, que permitió que el forajido Carles Puigdemont, rostro visible del nacionalismo catalán y actualmente prófugo en Waterloo, sea candidato a las próximas elecciones del Parlamento Europeo.
Pero no será el único. Otros nacionalistas se preparan para presentar sus candidaturas y someterse al sufragio europeo de este fin de mes.
El éxito de algunas de estas candidaturas puede hacer que el próximo Parlamento tenga el singular atributo de ser, no sólo la cámara representativa de los ciudadanos europeos, sino también, paradójicamente, la cámara de representación de los nacionalismos extremistas que proliferan un poco por toda Europa y en cuya agenda, invariablemente, radica una tan extraña como sospechosa adhesión al proyecto europeo, especie de fianza política de última hora para legitimar sus pretensiones nacionalistas que, por regla general, también son secesionistas.
Triste destino, el del Parlamento Europeo. Sobre todo si recordamos que esta es la institución democrática por excelencia de la Unión Europea, en cuyo origen y fundamento encontramos la preocupación por la abolición de los nacionalismos extremistas que condujeron a Europa a la catástrofe de 1945.
La constatación de esta realidad constituye una razón más para reforzar la importancia del próximo acto para el Parlamento Europeo. Y si nuestro análisis no se aleja mucho de la realidad, constituirá también y por igual una causa mayor de la dificultad que el próximo Parlamento tendrá en cumplir algunas de sus competencias básicas y más relevantes que los tratados le atribuyen.
El reciente aviso del Comisario Carlos Monedas de que el Parlamento Europeo que salga de las próximas elecciones europeas tendrá serias dificultades para aprobar e invertir a la próxima Comisión Europea, se encuadra en el análisis acabado de hacer y no debería ser ignorado ni desconsiderado. Por una cuestión de prudencia y de protección y, sobre todo, antes de que los votos fueran emitidos e introducidos en las urnas. Después de ese momento, todo será irreversible. Para el bien o para el mal.