J'accuse !, o Manifiesto contra una (no) política de Salud
"Mi deber es hablar, no quiero ser cómplice", escribió Émile Zola en 1898, en una carta dirigida al entonces presidente francés, Félix Faure, a propósito del célebre caso Dreyfus. La toma de posiciones en favor de aquellos que no tienen voz o cuya condición les restringe la acción es una responsabilidad cívica. No es coraje, es deber. Fue así antes y vuelve a serlo ahora.
La democracia es un sistema imperfecto, pero es sin duda el mejor sistema que conocemos hasta hoy. Con la caída del Estado Nuevo, tardía pero final, el país se hundió en un período conturbado, en un baluarte asfixiante entre revoluciones y contrarrevoluciones que no dejaba a nadie a nadie. Ya decía Nietzsche que del caos emerge la orden. Y, a raíz de ese caos, el Servicio Nacional de Salud (SNS) fue seguramente una de las conquistas más nobles del nuevo orden.
Teniendo en cuenta la inequívoca mejora de una serie de indicadores -entre los cuales la reducción drástica de la tasa de mortalidad infantil y el aumento de la esperanza media de vida al nacer -sólo un dogmático sin cura podría negar los beneficios que este sistema de salud ha traído una sociedad que vivió décadas entre muros.
Pero dogmáticos seríamos nosotros si caíramos en la tentación de creer que tenemos el mejor SNS del mundo. Porque no tenemos. Fue Fernando Abranches Ferrão, ilustre causídico, que dijo que el día en que la revolución se diera y la democracia fuera instaurada, quedaría siempre en la oposición. Ningún régimen o sistema es perfecto o final y hay que tener el valor para mejorarlo, así como la prudencia de nunca tomar nada por garantizado.
En la actualidad, no es difícil ser confrontados con titulares en los periódicos o comentarios televisivos donde se critica el estado actual del SNS. Entre renuncias concertados de líderes internos equipo de medicina y cirugía general en hospitales como el de San José, en Lisboa, y los servicios que se han cortado o están a punto de cerrar debido a la escasez de profesionales de la salud, el trastorno es agudo.
Porque el desorden abarrota la eficacia. Y la ineficiencia cuesta vidas.
Entre otras dimensiones relevantes, como la incompetencia y la displicencia total con que se administran los hospitales públicos desde siempre, hay dos factores de suma importancia que,
merecen ser destacados, por el impacto adverso que han venido a tener en la salud pública: por un lado, la reducción de los horarios de trabajo para las 35 horas semanales; por otra, las cautivas criminales de que este Gobierno se sirve como una apetecible herramienta de política fiscal.
En cuanto a las 35 horas, es cierto que no hay razón para que los funcionarios públicos trabajen menos horas que los trabajadores del sector privado. Por otra parte: ni menos ni más horas, porque la posición de principio de que se parte es lapidar: la igualdad de trato laboral entre los dos lados es condición no sólo de equilibrio como de estabilidad social. Para no profundizar el ya desmedido brecha entre unos y otros. Para no tener un país dividido.
En el caso concreto de la salud, la reducción de los horarios de trabajo para las 35 horas semanales tiene consecuencias inmediatas para los usuarios de los hospitales y de los centros de salud públicos, desde luego para aquellos que necesitan una intervención de urgencia o cuya vida depende de una simple consulta.
No es necesario, es dependencia para vivir.
Ante la reducción de la capacidad de varios servicios, así como las horas de trabajo que ahora necesitan ser llenadas, el Estado se ve súbitamente con la necesidad de gastar más dinero con el personal. Si bien es cierto que el número de contrataciones de médicos y enfermeros ha aumentado a lo largo de los años (datos de la Pordata), la cuestión que se impone es la siguiente: ¿Estamos gastando mejor?
La respuesta, querido lector, es un claro y rotundo no. Según datos de la Administración Central del Sistema de Salud (ACSS), todo indica que, aunque el incremento de médicos y enfermeros en el SNS, las cinco horas que faltan no se cumplen, lo que significa que estamos gastando más recursos para proporcionar peores servicios. ¿Y quién paga estos devaneos? Adivinó: tú.
Indigne, que aquí tiene sentido.
Mientras que los hospitales públicos tienen cada vez más demanda para la oferta insuficiente que logran generar, las listas de espera para cirugías urgentes se expanden más allá de lo que ya era irrazonable. Y el tiempo promedio de espera para una consulta es catapultado a niveles profundamente inaceptables.
Así, la reposición de las 35 horas, a través de un diploma ciego y sordo que fue parido por gente que no tiene el más breve destello de visión social o financiera, y desafortunadamente promulgado
por el Presidente de la República, sirvió sólo para degradar aún más la circunstancia actual del SNS.
Por otro lado, no ha sido tanto tiempo que el Ministro de Salud decía orgullosamente "somos todos Centeno", se sabe que se apunta con satisfacción en la forma en que el sector se gestiona en términos financieros, lo que por sí solo ya era de mal gusto y caía mal ante la opinión pública.
"Si quieres conocer el carácter de un hombre te da poder", dijo Lincoln.
Esto es tanto más grave en un momento en que se aplican cautivas indiscriminadas en el área de la Salud, en un camino que trata a personas como si fueran números – sin un pingo de humanidad.
En este contexto, ya han tenido lugar una serie de polémicas con rápida absorción por toda la prensa, como la de los niños y niñas con cáncer que son tratados como pueden y cuando pueden en corredores de hospitales como el de São João, en Oporto. Eso mismo. Niños que tienen que hacer quimioterapia en un pasillo de hospital, porque no les ofrecen el confort de una habitación privada. Choque hacia arriba. Y piense en lo siguiente.
De acuerdo con el público, el tiempo medio de espera para cirugía en Lisboa OPI podría aumentar a 100 días. Leído bien. Un enfermo oncológico puede tener que esperar hasta 100 días por una intervención que le puede salvar la vida. ¿Y tu? ¿Crees que alguien que es víctima de un cáncer fulminante, en una fase terminal, puede darse el lujo de esperar más de tres meses por una cirugía? La respuesta es dura de tan obvia: ¡por supuesto que no!
Es cierto que al ejercer su actividad en los diversos sectores que tutela, el Estado tiene un impacto real en la vida de la sociedad. Pero lo que es altamente preocupante, aquello que arrepiente a cualquier persona racional y mínimamente sensible es constatar que, en casos como los anteriores, son políticos a decidir entre quién vive y quién muere. Es literalmente lo que pasa. Escogen votos con el perjuicio de vidas.
Es un crimen silencioso, sí, pero no deja de ser un crimen.
Porque un Estado sin Razón es un Estado sin noción; y un Estado sin noción no está en estado que nos valga. Fue así en Pedrogão, aquel día fatídico que segó la vida a familias enteras, cuando las llamas desgarrar aldeas y rasparon pueblos seculares de la faz de la Tierra. Volvió a ser así en los incendios de Octubre, en una reencenación que hizo caer gente de desesperación, en la perspectiva de tener que volver a vivir días trágicos – y si los vivieron.
Desafortunadamente, es así en los hospitales públicos, donde todos los días hay gente que muere a la espera de una simple consulta, porque el Estado no le llega. Y hasta que el Estado nos devuelva la idea de que nuestra salud está protegida, andaremos siempre con el credo en la boca.
¿Todavía esta ahí? Si es así, indigne pero abra los ojos. Recuerde, no se olvida. Hable, no sea cómplice. Para hacer mejor. Para vivir mejor.
Por sí mismo. Por mí. Pero, por encima de todo, por el país que queremos tener un día.
economista