Humanismo y solidaridad en la salud, la educación y la seguridad social
Cuando se piensa en la producción y distribución de bienes y servicios estructurantes de una sociedad, como son los relacionados con la salud, educación y seguridad social, se debe, ante todo, definir qué marco filosófico se pretende utilizar. Sólo después se debe partir para las cuestiones técnicas de cómo operacionalizar tal desiderato.
Si se elige el cuadrante ideológico del humanismo y de la solidaridad, se hacen evidentes algunos objetivos que hay que alcanzar.
El humanismo y la solidaridad como principios organizadores de la sociedad, en este caso concreto, orientadores de la producción y distribución de asistencia sanitaria, de seguridad social y de educación, significa garantizar que todos los seres humanos (sólo por el ser) tienen derecho a los mejores cuidados de salud (iguales entre ricos y pobres, entre urbanos y rurales, entre letrados y analfabetos o entre jóvenes y ancianos), acceso efectivo a la educación y reparto de los riesgos (laborales, de enfermedad o económicos), haciendo que la seguridad social sirva a todos en iguales condiciones.
Siendo estos principios, y antes de las tecnicidades, podemos ya identificar formas de producción y distribución incompatibles con el humanismo y con la solidaridad:
1. Un sistema que deja a alguien fuera: no se puede aceptar que alguien no tenga acceso a los mejores servicios posibles de salud, educación y seguridad social. Esto significa que los seguros sociales tienen que ser obligatorios, todos contribuyendo y beneficiándose, que cualquiera puede acceder a los mejores cuidados de salud posibles, independientemente de su condición o contribución, y que quienquiera tenga la posibilidad real de acceder a la mejor enseñanza posible , pudiendo seguir su voluntad.
2. Un sistema que discrimina negativamente: los servicios de salud, educación y seguridad social no pueden diferenciar entre ricos y pobres, viejos y nuevos, ateos o religiosos, escolarizados o no, perjudicando a los más desfavorecidos. Es decir, estos sistemas no pueden funcionar de tal manera que los desfavorecidos se quedan con los servicios mínimos y los favorecidos con los servicios máximos y lujosos. Por el contrario, tiene que gastarse más recursos con los necesitados, todo haciendo para que puedan beneficiarse más del sistema, disminuyéndose a décalage entre ellos y los que tuvieron la suerte de nacer o convertirse en privilegiados. Es decir, que hay discriminación, tiene que ser positiva.
La prioridad al humanismo ya la solidaridad obliga a que estos servicios estructurantes de la sociedad funcionen como elementos de redistribución de la suerte, de igualación de las oportunidades y disminución de la desigualdad social. Se entiende, la desigualdad no se combate sólo con impuestos progresivos y subsidios redistributivos. Es en la atención de salud, en los servicios educativos y en los seguros sociales (de jubilación, vejez, enfermedad o desempleo) que se efectúa una efectiva lucha contra las asimetrías y los azares de la vida.
Toda la discusión que después se pueda tener respecto a la producción, más pública o privada, o al tipo de gestión que estos servicios pueden tener, tiene que tener los valores arriba mencionados como punto de partida y de llegada.
A este nivel, hay hechos que podemos mencionar:
1. Una organización predominantemente mercantil de estos servicios conduce a malos resultados: no sólo se violan los principios del humanismo y de la solidaridad (porque deja a las personas fuera del sistema y crea sistemas duales, unos de gran calidad, otros de calidad mediocre, discriminando entre clases sociales) es, a diferencia de que algunos propalan, altamente ineficiente (el sistema de salud de los EE.UU. es el más ineficiente del mundo, es lo que gasta más per cápita – el doble del segundo país más gastador – y obtiene resultados mediocres, para un país rico).
Esto sucede porque -lo sabemos bien en la economía- la salud, la educación y la seguridad social no son bienes típicos, privados, en los que la producción de mercado funciona muy bien. Por el contrario, son bienes que tienen dimensión pública, donde existen grandes asimetrías de información y que producen fuertes externalidades. En estos casos, la competencia funciona mal, los precios no reflejan los costes y beneficios y los servicios no se producen ni se distribuyen de forma óptima.
2. Estos servicios absorben una parte muy grande de los gastos nacionales (en particular del Estado), por lo que requieren un fuerte escrutinio y una gestión de calidad. En muchos países esto no sucede, convirtiéndose en estos sectores pozos sin fondo de gasto y de corrupción. Así, y teniendo en cuenta que el mecanismo automático del mercado no funciona bien, aquí hay que crear estructuras de control, métricas de evaluación, equipos de gestión capaces (y no corruptos), procesos transparentes y fiscalización democrática para lograr el máximo de servicio para todos con el mínimo de costo posible.
Una sociedad humanista y solidaria tiene que tener un cuidado extremo en la producción y distribución de estos servicios, haciendo que, ante todo (de los intereses corporativos a los intereses mercantiles) se logre garantizar que cualquier ciudadano tenga un acceso igual en calidad y cantidad (somos usuarios no clientes de estos servicios) y que las desigualdades, normales de la vida económica, se atenuen por esta vía.
El autor escribe de acuerdo con la antigua ortografía.