El equívoco de la abolición de las tasas en la universidad





Se debe felicitar al Ministro de Ciencia por su reciente (y errónea) propuesta de futura abolición de las tasas en la enseñanza universitaria. Con esta errónea propuesta, él consiguió reanimar el debate político de calidad entre nosotros – del cual, por razones que confieso no entender, nuestra plaza pública ha andado tristemente arruinada.





Es incluso difícil dar cuenta de todas las declaraciones y artículos entretanto venidos a público -por regla, tanto como pude observar, críticos de la propuesta de abolición de las tasas. Entre los que leí con interés y provecho, se encuentra en primer lugar el de Mário Pinto, seguramente entre nosotros el más destacado y persistente defensor de la libertad de educación, que escribió aquí observador; los de Luís Campos y Cunha, José Ferreira Gomes, y Ricardo Morgado, también aquí en el observador; en expresar, el artículo de Henrique Monteiro; y el de Jorge Miranda, en público.

Básicamente -y espero que no de forma demasiado simplista- creo que los argumentos presentados por aquellos autores pueden entenderse en tres esferas esenciales.

En primer lugar, la esfera de la justicia social. Si la enseñanza universitaria pasara a ser gratuita, eso significaría que los impuestos de todos los contribuyentes, más ricos y más pobres, estarían financiando un servicio que sería disfrutado gratuitamente por muchos que tienen condiciones para pagarlo. En otras palabras, los impuestos de las familias menos acomodadas, cuyos hijos no pueden acceder o asistir a la universidad, servirían para pagar la universidad frecuentada por los más ricos. Por esta razón, lo que tendría sentido sería aumentar significativamente las Becas para los alumnos que necesitan, en lugar de simplemente suprimir las tasas.

En segundo lugar, la esfera de la eficiencia. La abolición de las propinas significaría la abolición del estímulo a las universidades para competir entre sí y procurar mejorar la calidad de la enseñanza para atraer a más y mejores alumnos. Una vez más, este argumento aconsejará el apoyo directo a los alumnos y no la abolición de las tasas. A través de Becas, o incluso a través del llamado "voucher-enseñanza" – los alumnos elegirían la universidad y de esa forma estimularían la competencia entre ellas. Esta competencia sería aún más efectiva si el "voucher-enseñanza" abarcar también a las universidades no estatales.

En tercer lugar, la crucial esfera de la autonomía de la Universidad. La abolición de las propinas significaría también la reducción de la esfera de ingresos autónomos de las universidades. Ellas pasarían a depender (aún más de lo que ya dependen) de las transferencias del Presupuesto del Estado, en lugar de la directa contribución de sus alumnos. Por esta vía, las universidades estatales quedarían en la casi total dependencia del poder político. Y perderían toda y cualquier información – en parte proporcionada por las matrículas de los alumnos – acerca de su relación con los alumnos y con la calidad del servicio que les deben prestar.

Estas tres esferas de argumentación convergen elocuentemente en la defensa del apoyo directo a los alumnos que necesitan – y contrarresta la idea de financiación estatal directa a las universidades. En otras palabras, esos argumentos no niegan la posibilidad de intervención de políticas públicas, donde y cuando se considere necesario. Subrayan que estas políticas públicas deben reconocer y proteger la importancia de la competencia en lugar de destruirla.





Esta es la cuestión crucial que está en juego. No se trata de saber si el Estado puede o no intervenir en el mercado. Se trata de saber si dicha intervención tiene por objeto proteger la posibilidad de elección de las personas o si, alternativamente, pretende simplemente reforzar el control estatal sobre las elecciones de las personas y de la sociedad civil. Karl Popper resumió esta cuestión fundamental en su obra magistral de 1945, La Sociedad Abierta y sus Enemigos (publicada entre nosotros por las Ediciones 70, en 2012):

"Es nítido que la idea de un mercado libre es paradójal. Si el Estado no interfiere, entonces pueden interferir otras organizaciones semi-políticas, como los monopolios, los fideicomisos, los sindicatos, etc, reduciendo la libertad a una ficción. […] En cambio, es extremadamente importante comprender que, sin un mercado libre cuidadosamente protegido, el sistema económico en su conjunto dejará de servir a su única finalidad racional, es decir, la satisfacción de las exigencias del consumidor.

Nacho Vega

Nacho Vega. Nací en Cuba pero resido en España desde muy pequeñito. Tras cursar estudios de Historia en la Universidad Complutense de Madrid, muy pronto me interesé por el periodismo y la información digital, campos a los que me he dedicado íntegramente durante los últimos 7 años. Encargado de información política y de sociedad. Colaborador habitual en cobertura de noticias internacionales y de sucesos de actualidad. Soy un apasionado incansable de la naturaleza y la cultura. Perfil en Facebookhttps://www.facebook.com/nacho.vega.nacho Email de contacto: nacho.vega@noticiasrtv.com

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