Cúpula del G20 refleja el triunfo de la diplomacia de los codos bajo Trump
Creada hace 20 años, el G20 ganó su dimensión actual tras la histórica cumbre de Londres en 2009, cuando el presidente francés Nicolas Sarkozy se alió a Lula para elevarla al nivel presidencial, con la premisa de que el multilateralismo era la única forma de superar los desafíos creados por la crisis del sistema financiero global desencadenada el año anterior.
Era el tiempo de la ascensión de los BRIC y de la supremacía tecnocrática de la Unión Europea y del gobierno de Barack Obama. En aquella ocasión, Lula era alzado a la política más popular del mundo por el presidente estadounidense.
Cuánta diferencia hace diez años.
En 2019, las imágenes de una multitud de líderes mundiales abrazándose fueron reemplazadas por fotografías de encuentros entre dos autoridades, en salas cerradas, rodeadas por asesores, banderas y flores. Los resultados de los diferentes "G2", las ministras entre Estados Unidos, Rusia y China, concentran mucho más atención que las decisiones tomadas colegialmente. El G20 de Osaka es el retrato de un mundo que dejó de dialogar.
Donald Trump fue el principal artesano de ese cambio. Él prácticamente impuso solo un nuevo estilo de relaciones internacionales basado en el codo, en la tensión permanente y en la búsqueda, muchas veces inconsecuente, por un momento clímax -una declaración explosiva o un supuesto acuerdo multimillonario.
El estilo impuesto por la mayor democracia liberal del mundo favorece plenamente el liderazgo de los regímenes ilí- biberales. Vladimir Putin aprovechó el evento para disertar, en una larga y rara entrevista a los medios occidentales, sobre el liberalismo, que él considera "obsoleto". No por casualidad, los encuentros de Putin, Erdogan y, por supuesto, Bolsonaro, con Donald Trump acabaron monopolizando el evento.
En ese baile danzante los gobernantes liberales parecían completamente aislados. Emmanuel Macron tuvo que trabajar duro para salvar la cara y arrancar un acuerdo minimalista sobre el clima y el comercio.
Para el presidente francés, que necesita los movimientos ecologistas para gobernar en Francia y en Europa, era imposible volver de Osaka con las manos vacías y al mismo tiempo defender en Bruselas la polémica aprobación del acuerdo entre la Unión Europea y el Mercosur, visto como un acento por los ambientalistas y los agricultores franceses. Lejos van los tiempos en que su principal aliada, Angela Merkel, era vista como un pilar de las relaciones internacionales.
Aquellos que critican el comportamiento de Bolsonaro en los eventos internacionales están analizando el G20 de Osaka con las lentes del G20 de Londres de 2009. En los últimos días, Bolsonaro estuvo como pez en el agua. Su paseo diletante en el primer día, que culminó en una ida a la parrilla y en una live para sus electores, lo piti con el presidente de Francia en el auge de las discusiones sobre el acuerdo UE-Mercosur, y el manifiesto molestia en las sesiones de confraternización son signos que no engañan.
El presidente ve el concierto de las naciones como un espectáculo superfluo en un mundo donde vengan los machos. Vergonzosa para algunos, la actitud de Bolsonaro no desató en el nuevo orden mundial.
Si el G20 de Osaka fue el triunfo de los islamistas, el próximo, organizado por Arabia Saudita, será una oda al autoritarismo. En las tierras del descuartizador de periodista y artesano de la masacre de Yemen, las principales figuras del nuevo orden mundial se sentirán aún más en casa.