Cómo es dulce gobernar sin responsabilidades
Hay un hilo que conecta las medias políticas de esta semana, desde los taxis al Infarmed: en ambos casos, enfrentado con una decisión, el gobierno prefirió patear fuera del campo. En los taxis, pasó el cargo a las cámaras municipales, en términos a definir; en el Infarmed, para una comisión de descentralización. La preocupación fue siempre la misma, que ya le conocíamos: traspasar responsabilidades, lavando las manos a Pilato.
"No es responsabilidad política de ningún ministro quedarse a la puerta de un padre a guardarlo", dijo ayer el primer ministro, a propósito del robo de Tancos. Por lo que no, la responsabilidad política, hoy, no es eso, ni es nada, porque la responsabilidad, en el actual régimen, murió de vez en 2011, cuando la oligarquía decidió fingir que el programa de ajuste, en lugar de haber sido solicitado por un " país afligido, era sólo una imposición innecesaria de la Unión Europea. Nunca, por cierto, ningún oligarca percibió por qué Pasos Coelho insistió en responsabilizarse por la tarea, cuando las ventajas de hacerse de víctima de Europa eran obvias. De hecho, la Unión Europea se presta fácilmente a la externalización de responsabilidades en todo lo que se refiere a las opciones macroeconómicas. ¿Hay que cortar? No es porque los ingresos no lleguen al gasto o porque los acreedores externos no se muestren dispuestos a prestar, sino sólo porque los "señores de Bruselas", por capricho y maldad, nos obligan. Para las decisiones que tengan que ver sólo con la parroquia, hay otra solución: entregar todo al juego ya la intriga de las corporaciones y de los intereses, como se hizo en los taxis y en el Infarmed.
En medio de este emparedado, en que de un lado está Mario Draghi y del otro el presidente de Antral, el gobierno desaparece. Habrá quizá quien diga: todavía bien. Pero no, el gobierno desaparece, pero apenas como foco de responsabilidad democrática; no desaparece como poder, como interlocutor de las autoridades europeas y, por encima de todo, como mediador entre los grupos de interés doméstico. De este punto de vista, bien puede António Costa garantizar que no es un autócrata, porque lo que tenemos y vamos a haber aparecido cada vez más con una versión del salazarismo, no porque venga ahí censura y PIDE, pero en el sentido de el gobierno se basa fundamentalmente en la auscultación, mediación y equilibrio de los intereses privados dependientes de privilegios públicos. En el tiempo de Salazar, había una doctrina para ello, el corporativismo, aunque el ejercicio del poder fuera más personal que institucional, y más casuístico que ideológico. Era, entonces, esencialmente una cuestión de "habilidad". Ahora, tendremos una especie de Estado corporativo europeizado – Salazar mezclado con Jean Monet.
Aquellos que siguen insistiendo en que la solución política de 2015 no tiene ningún problema, que es así, porque es "como allá afuera", tal vez un día vengan a percibir que no es así, que el gobierno de un político que fue candidato el primer ministro y como tal rechazado por el electorado tenía que dar en esto, en un simple azáfamo para agradar y para ceder, templado por el equívoco y el engaño.
El gobierno se ha diluido entre la oligarquía, buscando organizar el mayor número posible de grupos de interés a su alrededor: es la única fuerza de quien no ha obtenido del país un mandato decisivo para gobernar . Y así, el Estado se va reduciendo a un mecanismo de reparto de los ingresos obtenidos a través de la intervención social y económica del poder político. En este proceso, no se extingue sólo la responsabilidad democrática, sino también la disciplina y hasta el decoro. A este respecto, el otro caso de la semana, el de Tancos, muestra cómo la degradación puede alcanzar rápidamente el nivel de la farsa. Porque el reverso de un gobierno irresponsable es, fatalmente, un Estado donde se perdieron al mismo tiempo, tanto el sentido del bien público, como el sentido del ridículo.