'Cainismo'





La palabra cainismo es muleta habitual en los análisis políticos en España. Se refiere a la historia de Caín y Abel para identificar un atavismo que condena a la sociedad a una división fratricida e inexorable. Aunque el concepto es perezoso, porque simplifica en demasía y exenta quien lo usa de un análisis cuidadoso, la verdad es que la España contemporánea está marcada por brechas severas, a veces violentas.





El país no vivió, sin embargo, enredado en una lógica de trinchera permanente. Hubo consenso en materias esenciales y urgentes donde, sin abdicar de diferencias o incluso de enemistades, los principales partidos establecieron pactos con claro beneficio para el país. La transición democrática y la lucha contra el terrorismo de ETA son ejemplo. El momento actual requiere un esfuerzo similar.

La Constitución de 1978 fue uno de los instrumentos esenciales para refrenar y diluir las pulsiones cainistasy también ahí reside su importancia. Sin embargo, está en el centro del debate político desde las elecciones legislativas de 2015, año en que irrumpió en la arena política el Podemos, situado en el extremo izquierdo del espectro partidista. Este partido imputó a la Ley Fundamental los efectos negativos de la crisis internacional de 2008, hablando de "crisis de régimen" y de "rechazo a las élites políticas y económicas". El resultado del escrutinio no le concedió la fuerza necesaria para "el inicio de un régimen político distinto", pero el debate en torno a la Constitución estaba lanzado.

La crisis catalana profundizó y radicalizó ese debate, un ambiente que benefició el crecimiento electoral del Vox, partido de la derecha ultramontana. Cabe señalar, además, que el Vox eligió representantes para el parlamento andaluz en diciembre del año pasado, la primera vez que un partido de extrema derecha obtuvo mandatos en la España democrática.

Así, lo que está en juego en las legislativas del próximo 28 de abril es la Constitución de 1978 como punto de encuentro, como factor de conciliación de España, un desafío que se materializa en varios problemas concretos, del separatismo catalán a la inestabilidad gubernativa.

Cataluña

La crisis desencadenada por el independentismo catalán domina el espacio público. Los partidos – de los tradicionales PP y PSOE a los más recientes y pequeños – se definen hoy en función del desafío separatista, que entienden como existencial, dejando por ello un margen exiguo para compromisos. Se percibe la intransigencia: el independentismo violó de forma clara e intencional la Constitución, incumplió el estatuto de autonomía de Cataluña, ignoró decisiones judiciales, se socavó de chapeladas parlamentarias, quiere implementar una democracia plebiscitaria y ambiciona sustituir el concepto de ciudadanía por un de árbol genealógico nacionalista. Las instituciones quedaron debilitadas, el debate público altamente polarizado y la sociedad fracturada.





Al participar en la lógica de radicalización, los grandes partidos acentúan la crisis catalana, la más grave de las últimas cuatro décadas. Víctima de disidencias internas, de insuficiencias políticas y de su radicalismo, el catalanismo radical necesita un ambiente de tensión para unir y movilizar a sus adeptos. Necesita confrontación para sobrevivir. Prueba de ello fue el plomo en las Cortes del Presupuesto de Estado y la consecuente marcación de elecciones anticipadas. El separatismo catalán reveló con este plomo que prefiere un escenario de conflicto – y un eventual regreso al poder de la derecha que diaboliza – a un gobierno dialogante del socialista PSOE.

Si en el plano judicial el asunto es dirimido en las instancias propias, ya en el plano político las soluciones son un espejismo. A las habituales arengas preelectorales, derecha e izquierda suman recriminaciones mutuas por acciones u omisiones en la gestión de la crisis catalana, pero nadie parece capaz de desactivarla.

Gobierno de gestión

El Ejecutivo socialista entró en funciones por medio de una moción de censura viabilizada por partidos cuyo único eslabón era la voluntad de apartar al PP del poder. Liderados por Pedro Sánchez, los socialistas del PSOE formaron entonces un gobierno minoritario dependiente de un acuerdo disfuncional con extremismos de diferente índole. A esto se sumó una sucesión de escándalos que, en poco más de 100 días, provocó la dimisión de dos ministros y dejó otros tantos fragilizados, entre ellos el propio Sánchez. El gobierno acabó por caer con el beneplácito de quien contribuyó a elevarlo al poder.

Por haber contemporizado con el catalanismo radical, Sánchez fue objeto de duras críticas a la derecha, pero también dentro del propio partido. Tal vez la señal más notoria del malestar dentro del PSOE se haya visto en la marcación de las elecciones: ante la posibilidad de un superdomingo, es decir, de coincidir las legislativas, autonómicas, municipales y europeas el 26 de mayo, una parte significativa de los barones locales prefirió legislativas el 28 de abril para que la imagen de Sánchez no contaminara las elecciones locales. Después de perder el gobierno de Andalucía en diciembre de 2018, una región liderada ininterrumpidamente por los socialistas hace 36 años, el aparato del PSOE no está disponible para más derrotas. En resumen, España está desde el año pasado con un gobierno de gestión, sin capacidad ni condiciones políticas.

Solución improbable

Los sondeos indican que no habrá una solución con amplitud suficiente para resolver el problema catalán, la ingobernabilidad, ni tampoco las pendencias causadas por ambos. Sobre todo, no parece haber condiciones para restablecer el consenso constitucional. Serán las elecciones con mayor fragmentación de voto desde la década de 1970.

El PSOE será el más votado, pero lejos de una mayoría absoluta. La derecha difícilmente lo apoyará. Pablo Casado, actual presidente del PP, en segundo lugar en los sondeos, es el rostro del ala conservadora del partido y rechaza viabilizar un gobierno socialista, pues considera a Sánchez un traidor por dialogar con el separatismo catalán. La postura del PP refleja convicciones genuinas, pero también el miedo a perder votos para el Vox – el radicalismo catalán despertó el fervor del peor nacionalismo español, que ya valdrá el 10% de los votos.

Por su parte, sabiendo que la formación de una mayoría a la derecha muy probablemente requerirá un acuerdo con el Vox, el PSOE responsabiliza al PP por la normalización del fascismo. Al mismo tiempo que alertan al peligro de la extrema derecha, los socialistas aprueban políticas sociales por decreto y en catadupa para recordar a los votantes en vísperas de elecciones de la sensibilidad de un gobierno de izquierda.

Con las dos principales fuerzas políticas a quemar puentes, el impasse podía ser resuelto por el ciudadano, de matriz liberal, que será el tercero más votado. Sin embargo, por considerar grave la aproximación de los socialistas al separatismo catalán, este partido aprobó por unanimidad una moción donde empareja pactos post-electorales con los socialistas.

Hay voces discordantes, en particular de un conjunto de intelectuales y académicos ligados a la fundación de los Ciudadanos, pero la dirección del partido parece apostada en un pacto con PP y Vox para gobernar, un arreglo similar al que sustituyó al PSOE en el gobierno autonómico de Andalucía. Por lo tanto, un pacto entre los partidos demócratas y constitucionalistas (PSOE, PP y Ciudadanos) parece inviable.

Si nadie ceder, y haciendo fe en los sondeos, tanto el bloque de derecha (PP, Ciudadanos y Vox) como el de izquierda (PSOE, Podemos, nacionalistas catalanes y otros) tendrán poco más del 40% de los votos, porcentajes insuficientes para la mayoría absoluta. Por eso, no es de descartar que, dado el clima de intransigencia general, el país sea empujado hacia la repetición de elecciones, algo que ya sucedió en el período 2015-2016. Sin embargo, lo preocupante es que se trata de bloques inconciliables, ambos dependientes de franjas radicales de apego democrático dudoso. El espíritu cainista tiene condiciones para prosperar.

El autor escribe de acuerdo con la antigua ortografía.

Ana Gomez

Ana Gómez. Nació en Asturias pero vive en Madrid desde hace ya varios años. Me gusta de todo lo relacionado con los negocios, la empresa y los especialmente los deportes, estando especializada en deporte femenino y polideportivo. También me considero una Geek, amante de la tecnología los gadgets. Ana es la reportera encargada de cubrir competiciones deportivas de distinta naturaleza puesto que se trata de una editora con gran experiencia tanto en medios deportivos como en diarios generalistas online. Mi Perfil en Facebookhttps://www.facebook.com/ana.gomez.029   Email de contacto: ana.gomez@noticiasrtv.com

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