Argentina y sus bestias negras
El pedazo del corazón que golpea fuerte por ti, Argentina, entró en taquicardia al leer en el diario Clarín de este jueves (25) declaración del ministro argentino de Economía, Nicolás Dujovne. Cuando el dólar tenía una de sus habituales disparadas, Dujovne dijo que, en algún momento, [os que apostam no dólar] se van a perder ".
La memoria volvió a chorro para 1981. Contexto de la época: una dictadura genocida, un dólar prácticamente congelado, la inflación (la otra eterna bestia negra de Argentina) galopando en pesos.
Efecto, en el microdetalhe, de ese horror en el cotidiano de una familia de clase media, como la mía: llegué a Buenos Aires, como corresponsal de ésta hoja, justo al principio de aquel año.
Ganaba en dólares, pero estaba obligado a retirar el salario en pesos argentinos. El dólar, congelado, era el único producto barato en el mercado. Se compraba pocos pesos, que, a su vez, se derretían por hora, no por meses o semanas.
Primera trivial providencia de quien acaba de instalarse: matricular a los hijos en la escuela. El costo de las tres matrículas más el uniforme (entonces obligatorio) y el material escolar comía todo el salario, todo, todito. No sobraba ni para un mísero cafecito.
Volví a casa, llamé a Boris Casoy, entonces jefe de Redacción, y le avisé que volvería a Brasil al día siguiente, por la obvia razón de que era imposible vivir de esa manera. Horas después, Boris llamó de nuevo para informar que había doblado mi salario.
Así mismo, sólo podíamos comprar, por ejemplo, tres "cucuruchos" (casquitas de helado) para dividir por los cinco.
En marzo, la dictadura cambió de general: salió Jorge Rafael Videla, entró Roberto Viola. También cambió el ministro de Economía. En el caso de Dujovne, 38 años después: "El que apuesta en el dólar pierde", dijo a la AFP.
Días después, el peso fue devaluado en un 30%, lo que significa que quien perdió, como siempre, fue el peso argentino.
No sé si Dujovne va a perder también, pero hay quien antevuela la derrota no sólo para él como para su jefe, el presidente Mauricio Macri. "Macri no puede soportar dos meses más de una inflación del 4%", decretó el jueves Joaquín Morales Solá, uno de los más respetados columnistas argentinos.
Como marzo marcó un demoledor 4,7% de inflación y, en abril, vinieron aumentos de combustibles, gas y transporte, Macri estaría por un hilo, ¿verdad?
Parece inverosímil, no creo que suceda, pero sería coherente con el estado permanente de inestabilidad institucional que desgracia a Argentina.
Desde mi punto de vista, más que políticas económicas desastradas y guías cíclicas hacia la derecha o hacia la izquierda, lo que explica el estado permanente de crisis en Argentina es la inestabilidad política ya secular.
En el siglo XX, hubo seis golpes de Estado (1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976). En los 53 años entre el primero de esos golpe (1930) y el fin de la dictadura más reciente (1983), los militares gobernaron prácticamente la mitad (25 años). Impusieron 14 dictadores, aunque llamados presidentes, uno cada 1,7 años.
En el período democrático post-1983, dos presidentes legítimos tuvieron que abandonar la Casa Rosada, la sede del gobierno, antes del tiempo, sitiados por crisis (Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa).
Con tanta inestabilidad, no hay instituciones que consigan organizarse debidamente, no hay Estado que pueda funcionar con regularidad, no hay moneda que consiga ganar confianza del público, que mira siempre al dólar.
Tal vez por eso, los argentinos usan con frecuencia un bordón más melancólico que un tango triste: "Todo tiempo pasado fue mejor".