Abundan los hombres del saco

Han pasado dos años y unos cuantos dólares desde que murió Olavo de Carvalho, el hombre del saco de académicos, artistas y periodistas brasileños. En cuanto a los portugueses que lo han olvidado, o fingen no recordarlo, he aquí algunas expresiones y palabras clave, para refrescarles la memoria: “fascista”, “supremacista blanco”, “gurú de extrema derecha”, “ideólogo de Bolsonaro”, “pro -Trump”, “teórico de la conspiración”.

¿Capté tu atención? ¿Repulsión, tal vez? ¿Repudio moral? ¿Miedo reprimido? ¿O simplemente ira, consciente y descarada?

Lamento informarle. Pero Olavo nunca fue su enemigo (me refiero a los auténticos demócratas). Nunca luchó contra la sociedad moderna, basada en la democracia representativa, como su generación (la boomers) lo entiende. El mismo cuyos valores siguen generando relativo consenso en las fiestas de Nochebuena o cenas con amigos. Me refiero, por ejemplo, a la libertad de expresión, de prensa o al principio de subsidiariedad. ¿Quién los respetaba más, Olavo de Carvalho o quienes lo tildaban de fascista?

La intervención pública de Olavo, en el ámbito de la cultura, la sociedad y la política, tenía como objetivo despertar a la gente, para que se diera cuenta de la destrucción de los valores que permanecen en Occidente. Precisamente por eso le preocupaba que los movimientos revolucionarios se hubieran apropiado de ellos y alterado su significado lingüístico, utilizando sus nuevos significados para manipular las emociones y la conciencia de las masas.

Asimismo, también le preocupaba la colusión explícita del gran capital internacional con redes de instituciones públicas y privadas, tanto a nivel global como local.

Olavo comprendió, como pocos, el movimiento revolucionario en su conjunto; formado por diferentes grupos y niveles, que van desde el mundo financiero hasta las culturas ideológicas que se han apoderado de las “instituciones democráticas” y de los diversos órganos de la sociedad civil. Así, precisamente por ser antifascista, denunció la transformación de nuestras sociedades libres en regímenes hegemónicos que, progresivamente, están adoptando pragmáticas totalitarias.

¿Estaría exagerando? La forma en que las estructuras dominantes mencionadas intentaron denigrarlo demostró que, efectivamente, tenía razón. Lo mismo ocurrió con otras figuras que han surgido en el siglo que vivimos. Por ejemplo, Andrew Breitbart, quien cambió por completo la dinámica mediática en Estados Unidos; Jordan Peterson, quien provocó un giro en el debate en torno a los temas desperté; o Joe Rogan, que introdujo en el mundo de los Podcasts la sed de cuestionar libremente lo que dábamos por sentado, cueste lo que cueste.

Independientemente de su nivel intelectual, área de conocimiento o influencia, todas estas figuras provocaron una reacción que no hizo más que confirmar la autenticidad de su denuncia. Ninguno de ellos es el hombre del saco. Y tratarlos como tales fue, y sigue siendo, el mayor error que se puede cometer.

Cuando Olavo de Carvalho dijo que venía a “acabar” con todo se refería a la terrible situación que vive Brasil. Y, en parte, en el mundo. Pero no se le ocurrió “tirar al bebé con el agua de la bañera”. Si tuviera que elegir, por ejemplo, entre la extinción de la ONU y su reforma, si fuera posible optaría por la segunda opción. El mal no está en las instituciones mismas, sino en las personas que las componen y las redes de poder que las sostienen. De ahí que el docente haya dedicado su vida a formar personas, no sistemas.

El problema es que inventar falsos cocos conlleva un riesgo tremendo, el de que aparezcan los verdaderos. Cuando Olavo repudió los insultos que le habían hecho, de ser un supuesto “gurú de derecha” o “ideólogo de Bolsonaro”, no se defendía, sólo decía la verdad. Es decir, transmitir un mensaje que debía ser escuchado y tomado en serio.

Lo que, en realidad, le preocupaba era la hegemonía cultural e ideológica que dominaba las instituciones de su país, que internacionalmente tenían su base en el Foro de São Paulo, en Rusia y en el Partido Comunista Chino. Ahora ni siquiera 20 Bolsonaros podrían resolver esto.

En lugar de perder el tiempo con insultos y ver extremismo donde no lo hay, los propios detractores de Olavo podrían haber escuchado sus argumentos, adoptándolos como consejos. Si lo hubieran hecho, pronto se habrían dado cuenta de que no vale la pena ondear banderas ucranianas y luego apoyar a Lula. Es cierto que Lula había dado un giro y parecía haberse aliado con Estados Unidos. ¿Pero entonces qué?

Lo que se aplicaba a 20 Bolsonaros también se aplicaría a 20 Lula. Por muchos acuerdos que tuviera con Biden, ningún Presidente podría dominar, con lápiz y papel, toda la hegemonía que subyace al poder que lo sostiene. Resultado: Brasil es hoy una dictadura judicial, con presos políticos, y reforzada por un malabarista que estafa, día tras día, no sólo a los brasileños pobres sino también a sus supuestos aliados occidentales.

Querían un hombre del saco y ahí lo tienen. Pero hay más. Si la Administración Biden leyera a Olavo de Carvalho, nunca se enfadaría tanto con Rusia. No porque sea un país inofensivo, sino precisamente porque tiene un poder mucho mayor de lo que parece.

Una vez más, se trata de confundir la cara visible del poder con el cuerpo que realmente lo sostiene. Rusia es uno de los principales cimientos de todo un conjunto de fuerzas antioccidentales, repartidas por todo el mundo, que nadie en su sano juicio quiere despertar. Según Olavo, es uno de los tres esquemas de poder global, junto con el Islam. Ahora, imagínense, ambos despiertan, respecto al apoyo incondicional de Estados Unidos a Israel.

Lo que está haciendo Occidente puede tener una justificación moral relativa (muy relativa), pero es extremadamente imprudente. El riesgo que corremos no es sólo nuclear, sino el de una implosión generalizada, capaz de provocar la primera guerra civil mundial de la historia.

Como puedes ver, no faltan los hombres del saco. Algunas más reales, otras más especulativas. Pero todos ellos son mucho más peligrosos que un hombre bueno, valiente, inteligente, un pedagogo excepcional, que dejó al mundo una obra valiosa y digna de nuestra estima.

Ana Gomez

Ana Gómez. Nació en Asturias pero vive en Madrid desde hace ya varios años. Me gusta de todo lo relacionado con los negocios, la empresa y los especialmente los deportes, estando especializada en deporte femenino y polideportivo. También me considero una Geek, amante de la tecnología los gadgets. Ana es la reportera encargada de cubrir competiciones deportivas de distinta naturaleza puesto que se trata de una editora con gran experiencia tanto en medios deportivos como en diarios generalistas online. Mi Perfil en Facebookhttps://www.facebook.com/ana.gomez.029   Email de contacto: ana.gomez@noticiasrtv.com

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